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54 jóvenes de Sierra Leona, Senegal y Mali viven en el centro que la Fundación Canaria Cepsocial tiene en el municipio de Teror. C7
Empezar a vivir tras ver la muerte en una patera

Empezar a vivir tras ver la muerte en una patera

Moussa, un joven de 15 años de Costa de Marfil, llegó en patera a Gran Canaria en abril. Tras sobrevivir a la ruta canaria, comienza ahora una nueva vida para él

Sara Toj

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 23 de noviembre 2024, 23:51

«Yo creía que me iba a morir». Han pasado siete meses desde que Moussa, un adolescente de 15 años de Costa de Marfil, tuvo esa creencia mientras iba a bordo de una patera junto a casi ochenta personas más. Partió desde Senegal, como la mayoría de migrantes que arriesgan su vida cada día en la ruta canaria, dejando atrás a sus padres y a sus cinco hermanos. Natural de la ciudad de Abidjan, trabajaba como carpintero para ganarse la vida en su país de origen, pero una de sus pasiones, el fútbol, lo llevó a jugar en Senegal. Fue allí donde todo comenzó a cambiar.

Tras una conversación por teléfono con su padre, el joven se montó en una patera en la que viajó durante once días por el ancho mar hasta llegar a Gran Canaria. Once agónicos días en los que temió por su vida, en los que vio morir a algunos de sus compañeros, en los que solo la esperanza y sus ganas de ayudar, tanto a su familia como a él mismo, lo hicieron seguir adelante.

En la embarcación, además de las personas que viajaban en ella, lograron hacer hueco para algo de agua y comida, pero también para el agua del mar que, inevitablemente, entraba en ella.

Él no era el único niño entre las personas que iban a bordo de la patera. Había algunos más que, ahora, conviven con él en el centro de la Fundación Canaria Cepsocial, Fincaventura, ubicado en Teror. Según la ONG Save the Children, algunos de los motivos que llevan a estos jóvenes a migrar en solitario son tanto «voluntarios como involuntarios». Entre ellos, la búsqueda de seguridad, educación, estabilidad y, sobre todo, oportunidades.

Su sueño, ser policía o médico

Todas las tormentas amainan y, tras este episodio del que Moussa habla con firmeza, considera que ahora se siente «feliz y contento». Su vida, como la de cualquier otro chico de su edad, comienza a dar los primeros pasos. Acude a clases en un instituto de la isla, también dedica su tiempo libre a su gran pasión, el fútbol, y mientras perfecciona su español. Otra de sus grandes pasiones es la música y, aunque con algo de timidez, reconoce que baila las canciones de la cantante colombiana Karol G, en sus cascos también suenan las creaciones de DJ Arafat, artista marfileño ya fallecido. En su día a día, que comienza temprano cuando los monitores del centro lo despiertan, se siente «muy bien», tanto con sus compañeros de centro como con los de clase. Así, define a la gente de Canarias que ha podido conocer por el camino como «muy buena y amable».

Por eso, cuando le preguntan por el futuro y cómo se ve de aquí a unos años, Moussa responde con tono sincero y soñador: «Quiero vivir en Gran Canaria y viajar a otros sitios cuando tenga vacaciones». Reconoce que, cuando llegó a las costas canarias en abril de este año, no sabía lo que eran las islas, pues solo conocía algunos lugares de España, como Madrid, Barcelona o Sevilla, por el fútbol.

Antes de residir en el centro Fincaventura, el joven estuvo una temporada en el recurso para menores migrantes ubicado en Arinaga. Desde allí fue trasladado al centro de El Fondillo, en Las Palmas de Gran Canaria, situado en el antiguo colegio Camilo José Cela. Con el desalojo de este inmueble en agosto a raíz de una orden judicial –que guarda vinculación con la investigación del presidente de la COAG en Canarias, Rafael Hernández, que presuntamente utilizaba a menores migrantes para trabajar en sus fincas– , se le trasladó hasta el recurso de Teror, donde dice estar «muy contento».

Los trabajadores del centro lo describen como un niño «muy listo, comprometido y centrado». De hecho, una de sus metas es convertirse algún día en «médico o policía» para poder ayudar a los demás.

Moussa es solo un ejemplo de la cruda realidad que afrontan los miles de niños y niñas que viajaran en solitario a otro continente con el único fin de buscar una oportunidad, mejorar su vida y ayudar desde la distancia a su familia. Él reconoce que, al principio, sus padres seguían con preocupación sus vivencias al otro lado del Atlántico. «Depende del día están más alegres o más tristes», confiesa el joven, que desde que está en la isla no ha perdido el contacto con ellos gracias a las nuevas tecnologías.

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