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Los Gofiones, del folclore a la eternidad (I)

Los Gofiones, del folclore a la eternidad (I)

CANARIAS7 repasa la historia del emblemático grupo grancanario, más allá de su aportación a la música popular y de su producción discográfica. Totoyo Millares fue el artífice de todo el proyecto.

Francesc Zanetti / Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 17 de julio 2020, 01:06

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El mismo año 1968 en el que el timplista Totoyo Millares convocaba a principios de octubre, en uno de los salones del bar del Jardín Canario de Tafira a más de una veintena de personas con la intención de sentar las bases que permitieran constituir un grupo folclórico que se llamaría Los Gofiones, un Joan Manuel Serrat con apenas 24 años renunciaba a cantar en el Festival de Eurovisión representando a España en cualquier otra lengua que no fuera en catalán.

Dos años antes se había fundado por Quique Martín el peta en la finca de José Peraza de Ayala, un amante de las tradiciones que reunía en su casa a los mejores cantadores de Punta del Hidalgo, Los Sabandeños. La irrupción de estas dos formaciones marca la revolucionaria eclosión que experimentará el folclore y la difusión del cancionero popular de Canarias en las décadas posteriores, coincidiendo con el inicio del tramo final que enfila un país que empieza a mirar de reojo a la implacable dictadura franquista.

Totoyo Millares recuerda que su intención al fundar Los Gofiones fue «dignificar el folclore popular de Canarias como expresión de su cultura». «El temor de los dirigentes de aquella época era que las manifestaciones alrededor de los valores de la canariedad reunían a un gran número de personas. Cuando acudí a los estudios de Televisión Española en Canarias para actuar en Tenderete vestido de gofión con Jorge Cafrune de gaucho, el realizador de Nanino tachó aquella vestimenta de subversiva. ¿Peligraba la seguridad nacional porque yo saliera vestido con el atuendo campesino? Me dio risa, me negué a actuar y me marché de los estudios. Ahí empezaron mis cabreos con la TVE franquista», reconoce aún indignado el maestro.

«Siempre quise difundir los aires populares a través de Los Gofiones, pero no con la finalidad de distraer al público, sino con la legítima dimensión cultural e identitaria que tenía nuestro cancionero de raíz popular. Algunos miembros del grupo mostraron su resistencia a que incluyéramos en un nuestro repertorio temas de todas las islas y otros cantos muy tradicionales interpretados con tambor y chácaras porque creían que aburrían al público», recuerda.

Se da la circunstancia de que un mes antes del nacimiento de Los Gofiones, en septiembre de 1968, tienen lugar los importantes sucesos de Sardina del Norte a cuento de la asamblea organizada por el Partido Comunista en la Cala de Martorell, en la zona conocida como Barranco de Juan Delgado, y un mes después, en noviembre de 1968, el intérprete y compositor argentino Atahualpa Yupanqui ofrece un recital en el teatro Pérez Galdós en el que un público entregado abarrota sus incómodos butacones. Unos días antes se produce con Don Ata –como se le llamaba cariñosamente a aquel criollo militante del Partido Comunista argentino–, un encuentro-tenderete en casa de Luis Jorge Ramírez y Jane Millares al que acude parte de Los Gofiones y diferentes intelectuales canarios, entre los que se encontraban Pedro Lezcano, Carlos Bosch, Eduardo Millares, Pedro Schlueter, Isidro Miranda y Agustín Millares. Incluso dos grises enviados por el Gobierno Civil custodiaron la entrada de la vivienda terrera del barrio de Schamann con la finalidad de controlar todos los movimientos de los allí reunidos.

La autoridad, al acecho

Al año siguiente, el grupo integrado por 27 miembros, decide, el 3 de julio de 1969, subirse al escenario del coliseo del Pérez Galdós para presentarse a la sociedad grancanaria en un concierto cuyo éxito fue tal que se vio obligado a programar una nueva cita que tendría lugar 18 días después. No cabía un alfiler en el recinto, como recuerda el gofión Luis Jorge Millares, que perteneció al grupo por espacio de casi un año después de su fundación y se encargaba de los asuntos administrativos y de los trámites oficiales. Lo que pocos saben es que aquel concierto estuvo a punto de suspenderse.

Millares, con 23 años y recién cumplido el servicio militar, horas antes de su inicio y con todas las localidades vendidas, fue requerido urgentemente en las oficinas de la delegación provincial de Información y Turismo por el delegado del Gobierno de entonces, López Merino, y por el gobernador civil, Alberto Fernández Galar, para que se responsabilizara de que aquella histórica actuación nunca se convertiría en un acto de reivindicación política ni de exaltación de canariedad. A las dependencias oficiales cercanas al teatro tuvo que acudir raudo, vestido con la estameña gofiona y el cachorro de mago, para apaciguar la inquietud de los dos altos mandos del Estado.

Nunca le había pesado tanto una chaqueta y nunca antes había sudado tanto en realizar tan corto recorrido. Claro que aquella no era una prenda cualquiera. La estameña gofiona se caracterizaba por su peso y su rudimentario y rígido porte. Todavía recuerda Alberto García-Beltrán cómo se desplazó junto al director y fundador Totoyo Millares en el Renault cuatro latas de su suegro a la zona de las cuevas de Caideros y Juncalillo, para acordar con las hilanderas de la zona la confección artesanal de los primeros paños de lana que luego el sastre Bernardo Armas convertiría en las estameñas que el grupo viste y que han pasado a convertirse en una seña distintiva en este medio siglo, al igual que lo ha sido la manta esperancera en el caso de Los Sanbandeños.

No fue casualidad que los temas de aquel primer recital –en el que tomó parte leyendo el poema Mano a mano con el pueblo Agustín Millares– los presentase el sabanda Elfidio Alonso, y un Lothar Siemens que, con 28 años, ya se había especializado en Musicología, Etnología y Prehistoria en la Universidad de Hamburgo. Siemens facilitó a Totoyo un rico material etnomusical de las islas que conservaba en grabaciones de campo y en su archivo personal. El concierto se dividió en dos partes y el programa incluía temas del folclore de toda Canarias, desde una endecha guanche a unos aires de Lima, pasando por un tajaraste, el Baile del Vivo o un sorondongo.

Tampoco fue una mera circunstancia la elección del poeta Pedro Lezcano como maestro de ceremonias para el concierto que hubo que repetirse varias semanas más tarde, debido a la extraordinaria acogida del público. Lezcano, con 49 años, asiste el mismo año en que irrumpe Los Gofiones a la disolución del Teatro Insular de Cámara, un colectivo que otorgó en sus doce años de existencia una nueva dimensión a la adocenada cultura de esta ciudad inoculando en sus venas la dramaturgia de Arthur Miller, Chejov, Alfonso Sastre, Giraudoux, Max Frisch, Diego Fabbri, Beckett, Eugène O’Neill y John Osborne, entre otros.

El poeta, que ya había editado El pescador, Romancero canario, Romance del tiempo, Muriendo dos a dos, Consejo de paz o Cuentos sin geografía, entre otros, se postula en el contexto cultural de la época como un claro representante del compromiso ético y político.

La polca censurada

El impacto social que aquel debut tuvo en la capital a buen seguro que no entusiasmó a Pedro García-Ocaña, que olfateaba desde la brigada social de Información y Turismo todo lo que oliera a canariedad reivindicada, lucha del proletariado e impulso político–social de espíritu transformador en los incipientes movimientos culturales que se sucedían en la isla. No hay que olvidar que el folclore estaba secuestrado por el pintoresco efecto idealizado y estético del baile y la música de agrupaciones que en la época se denominaban rondallas, como la Roque Nublo, Princesa Guayarmina o San Cristóbal, que heredaron expresamente el legado de corte regionalista impuesto en proyectos como el de Coros y Danzas de España por la Sección Femenina de la única organización política del régimen franquista, la Falange Española, Tradicionalista y de las JONS.

«Oficialismo puro ramplón, lo que imponía el régimen para uniformar el folclore nacional a través de la música popular de cada región», advierte Totoyo Millares, que dirigió con menos de veinte años en una época a Coros y Danzas, hasta que le solicitaron que se afiliara a Falange. En Coros y Danzas conoce a Perico Lino a quien invita a aquella reunión fundacional del grupo. «Por eso Los Gofiones causaron un impacto y un efecto que ya fue imparable con la aparición de nuevos grupos, desde Los Guanijay de Sindo Saavedra a Los Sancochos, Mestisay o Los Granjeros de Montaña Cardones», dice.

Cuando en 1970 se edita por Columbia el primer disco de Los Gofiones bajo la dirección de Totoyo Millares, se producen algunos episodios poco conocidos de aquella primera aventura sonora del grupo grancanario que contiene once temas. Por ejemplo, hubo de modificarse la estrofa de una polca popular majorera escrita por Eduardo Millares por imperativo de la censura. «Si mi bajo hiede a ron tu no debes de protestar, que a ti te hieden las patas como buen peninsular», decía su letra originalmente. Tras la consiguiente llamada de atención de la autoridad la letra quedó así: «Si mi bajo hiede a ron tu no debes de protestar, que a ti te hieden en Casilda los ñames para jeringar».

Asimismo, se excluye por falta de espacio el tema del Canto del boyero que se graba en directo en el teatro Pérez Galdós en una sesión maratoniana al veterano cantador de Agaete, Salvador García Dieppa, más conocido como Maestro Salvador el de Abelardo. El disco, que hoy se vende al precio de diez euros en la red en portales dedicados al coleccionismo, se registró en diez horas seguidas (desde las 14.00 horas a las tres de la madrugada del día siguiente) por los técnicos del sello Columbia bajo la supervisión del maestro Cisneros y el señor Olivé, como ingeniero de sonido, de manera ininterrumpida empleando doce rudimentarios micrófonos de ambiente y un equipo de válvulas un día en que la UD Las Palmas se enfrentaba al Atlético de Madrid. «Y fue entonces cuando se dieron verdadera cuenta de que ellos eran el pueblo, que cantaban como y para el pueblo, que eran sus antepasados y sus hijos y nietos, que siendo el presente eran también pasado y futuro, habían resucitado lo que parecía imposible y después... ya todo fue fácil: malagueñas, folías, aires de Lima, la icomparable isa gofiona», recoge el libreto interior de aquel disco cuyo texto firmó Ángel Pazos. También Lothar Siemens señalaba en el mismo soporte, que el difícil equilibrio entre fidelidad y creación, lo mantenía Totoyo Millares como piedra angular, «al son de cuyo timple responde vigorosa y juvenil la veintena de instrumentos y voces que compone Los Gofiones».

Como reconoce Manuel González Ortega en el libro anexo publicado con ocasión de la edición del disco Totoyo Millares, la leyenda del timple (2011), aquel LP pronto se convierte en un clásico entre los aficionados que se interesan por la músicas populares de Canarias. «Ese primer disco es, en el páramo cultural de aquellos años, una inicial hoja de ruta para interesar al oyente no especializado a otras realidades musicales donde latía un pancanarismo que aún no era posible que fuese expresado en sus ámbitos culturales y políticos».

En aquella primera entrega de Los Gofiones tuvo una participación muy significativa la familia Millares, una saga que siempre se ha caracterizado por su compromiso con la cultura, el progreso y las libertades. Además de Totoyo como impulsor del grupo, director, timplista, tocador de las chácaras y arreglista de varios de los temas incluidos en el disco, tanto sus hermanos Eduardo (que aporta la letra de la polémica polca majorera y pone en marcha, también en 1968, el que será el único semanario de humor permitido durante la dictadura en Canarias, ‘El Conduto’), como Agustín (que colabora con el poema titulado ‘Mano a mano con el pueblo’ que se incluye en la carpeta del primer disco) y Jane (que realiza una adusta pintura a la cera para el programa de mano del concierto de presentación que se reproduciría con posterioridad en varias ocasiones) participan activamente en esta fase de lanzamiento del grupo.

Los Gofiones que se subieron al escenario del Pérez Galdós en aquel memorable concierto fueron Totoyo Millares, Fernando Guerra, Luis Jorge Millares, Pedro Martín, Juan Falcón, Manolín Padilla, Perico Lino, Fernando Guerra, Ciro Morales, Paco Ruano, Nano Doreste, Paco Sánchez, los hermanos García-Beltrán, Roberto Hernández, los hermanos Emilio y Pepe López, Paco Ruano, Quino Rodríguez, Manolo González, Sergio Bermúdez, Francisco Sánchez, Felipe Quintana, Juan Antonio Falcón, Esteban Guerra de la Torre, Francisco del Rosario, Rafael Izquierdo y José Esteban Martín. Empezaba una ilusionante etapa musical que no ha estado exenta de episodios complicados y comprometidos a lo largo de los 50 años de existencia.

Varios locales de ensayo

Los Gofiones empieza engrasando su proyecto musical en los locales de las academias municipales el año 1968, en el que en España fueron éxitos del verano Bring a little lovin, de Los Bravos, El puente, de Los Mismos, La vida sigue igual, de Julio Iglesias, Qué tiempo tan feliz, de Mary Hopkin, y Delilah, de Tom Jones. Entre sus objetivos fundacionales, según consta en la prensa de la época, figura «el revitalizar el folclore de nuestras islas, falto de pureza y estilo tradicional».

En su medio siglo de historia, los más de 150 miembros que hasta la fecha han formado parte de su nómina de componentes ensayaron en numerosos locales de la ciudad: el Gabinete Literario, las dependencias que Educación y Descanso mantenía en el barrio de Las Alcaravaneras, el Club Metropole, el antiguo hotel Cairasco –donde hoy se erige el Cicca, en la Alameda de Colón– y en La Pescadería del Mercado de Vegueta, reconvertida en concejalía de distrito, para terminar hoy en el inmueble cedido por el Cabildo que en su día ocupó la antigua Biblioteca Simón Benítez Padilla, en la Plaza del Pilar Nuevo, y cuyo espacio compartirá con el Instituto Canario de las Tradiciones de futura creación y que gestionará el propio grupo, constituido legalmente como Asociación Cultural sin ánimo de lucro.

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