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Ha llevado su tiempo, pero 'The Morning Show', una de las series emblema de Apple TV+, protagonizada por Jennifer Aniston y Reese Witherspoon, por fin ha asumido su condición de melodrama (bien podríamos decir culebrón) y se ha entregado a las sorpresas narrativas, las traiciones empresariales y los líos de cama. Se acabó el disimular.
Esta ficción ambientada en los platós y los despachos de un canal televisivo se presentó en 2019 con algunos aires de seriedad, recogiendo los ecos del #MeToo con una trama sobre el acoso sexual y la cultura de la cancelación. Los efectos de la pandemia quedaron retratados en la segunda temporada y también se introdujo en la conversación la discriminación racial, un tema que ha tenido continudad en los nuevos episodios, ya disponibles de manera íntegra en la plataforma.
Esta vez la conjunción de conflictos ha sido más que ambiciosa: como telón de fondo aparecen los disturbios en el Capitolio, la guerra en Ucrania, la derogación de la ley del aborto en Estados Unidos, los ciberataques y la carrera aeroespacial entre millonarios. Ahí es nada.
Desde sus inicios, una de las señas de identidad de 'The Morning Show' ha sido su vinculación con nuestro presente, pero eso también se ha convertido en su talón de Aquiles. Quiere estar en tantos sitios -en todos los sitios, realmente- que ha perdido credibilidad como ficción de prestigio pero se ha colocado en los primeros puestos del ránking 'Series en las que puede pasar de todo'.
A estas alturas, a 'The Morning Show' no se viene a pedir coherencia, sino a disfrutar de la montaña rusa: personajes que cambian de opinión cada dos episodios, oportunos 'flashbacks' que rellenan lagunas de guion, despidos inminentes, romances lésbicos, regresos de personajes olvidados y ausencias incomprensibles que lo hacen todo mucho más ágil (¿alguien se acuerda de que el personaje de Aniston tiene una hija que debe estar en algún lugar preguntándose qué pasa con su madre?).
En esta tercera temporada el centro de operaciones sigue siendo el mismo, la cadena UBA, un canal generalista que intenta sobrellevar sus apuros económicos con una gran operación de venta. Que en tiempos de plataformas hablemos de una cadena en abierto (una 'network', como se las conoce en Estados Unidos) es el tipo de anacronismo del que la serie hace bandera y reivindica.
Si en los primeros episodios la vieja guardia parecía ser el gran enemigo (una industria misógina y racista de la que había que deshacerse), ahora el relevo podría ser aún peor: UBA va a ser adquirida por un multimillonario llamado Paul Marks que está intentando mandar cohetes al espacio. Sí, la sombra de Elon es alargada... Interpretado por Jon Hamm (por siempre Donald Draper), este nuevo personaje entabla una relación secreta con Aniston, un idilio que incluye hackeos, chivatazos y dilemas periodísticos.
Aunque Reese Witherspoon y ella, las presentadoras estrella del canal, continúan siendo las jefas del cotarro, otro personaje femenino destaca sobre el resto. Se trata de Stella (interpretada por Greta Lee, a la que acabamos de ver en la película 'Vidas pasadas'), una listísima ejecutiva que viste muy bien y a la que puede llegarle el turno de mandar si su jefe Cory Anderson (interpretación rozando la psicopatía de Billy Crudup) se echa a un lado.
Claro, como aún nos acordamos de 'Succession' todo lo relacionado con la junta de accionistas resulta un poco embarazoso por esquemático y, además, para querer reflexionar sobre lo que pasó antes de ayer a esta serie le falta el ingenio de 'The Good Fight' o la robustez de 'The Newsroom', que en su día también quiso trazar ese paralelismo entre realidad y ficción.
Sin embargo, ninguna de las anteriores tenía a una Witherspoon paranoica por creer que está siendo espiada, ni a una Aniston dándose cuenta de que ha sido engañada por el hombre con el que se ha estado acostando. También se preocupan por la democracia y la defensa de la verdad, ¿pero acaso eso le importa a alguien?
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