Secciones
Servicios
Destacamos
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
Este artículo revela acontecimientos importantes de la temporada 4 de 'Succession'.
Todas las miradas estaban puestas en Roman, después de que se quebrase en el funeral de su padre y dejase salir su vulnerabilidad ante un público nada permisivo con los sentimientos ajenos. ¿Dónde está? «Nadie lo sabe, ni dónde está ni lo que piensa», decía Kendall al comenzar el episodio con el que 'Succession' ha cerrado su trayectoria en HBO y en el que posiblemente hayamos visto el lado más humano de los Roy. Nunca antes habían bajado la guardia tanto, nunca antes habían demostrado lo que se necesitan entre ellos, nunca antes habíamos asistido a una escena familiar en la que que todos nos pudiésemos reconocer. Eso sucedió durante un rato.
Luego 'Succesion' volvió a ser 'Succession'.
Y ha sido mucho. Ahora ya podemos hacer balance de una producción que parecía que nos estaba contando cómo viven los ricos pero que al final nos ha desvelado cómo nos influyen a los mortales las derivas y decisiones de los millonarios que controlan el mundo. Una serie de cuatro temporadas en torno a una familia con miembros a cada cual más despreciable, a los que hemos ido conociendo poco a poco. Y no precisamente para bien. Un relato de poder y de relaciones tóxicas que marcan vidas. Pero, sobre todo, 'Succession' ha sido un espectáculo en cada episodio, en que soltaban a la jauría de fieras en un espacio cerrado para que se relacionasen y mordiesen entre ellos y a los que la cámara les seguía con firmeza para deleitarse con sus comportamientos.
No es fácil terminar bien una serie. Y no lo digo yo porque haya rematado ninguna, pero sí he visto unas cuantas que me han dejado con sensaciones contradictorias. No es el caso de 'Succession', que ha jugado en una liga bien diferente a 'Juego de Tronos' o 'Perdidos', en la liga de las series que tienen claro su recorrido, lo que quieren contar y a dónde quieren llegar. Alguien ahí lo tenía muy claro. Supongo que Jesse Armstrong, el creador. Debía de saber el destino final de los personajes y sobre todo el nombre del sucesor. Y aquí comienza la retahíla de espoilers.
Porque Tom siempre estuvo ahí. Siempre. Cada temporada terminaba con el punto de vista fijado en él, arrastrándose, inmolándose, traicionando y traicionándose. Lo que hiciera falta para ser el que finalmente ha ocupado el sillón más preciado. Hemos empezado por el final, con el nombre del sucesor, porque era la pregunta que todo el mundo se hacía, el runrún generalizado, aunque ni mucho menos lo más interesante de esta última entrega.
Esta hora y media nos ha dejado varias frases para la posteridad. Repasémoslas. «Todos estamos jodidos», resumía un Roman abatido. Hablaba por él y por sus hermanos. Y por nosotros, ya de paso. «Estoy hasta el coño de pedir perdón», espetaba una Shioban exhausta. Claro que sí, dilo bien alto, le gritamos. «No tienes madera», le recriminaba un Kendall despiadado a su hermano pequeño, que se sorprendía de ese reproche motivado por haber llorado en el funeral de su padre. En ese mundo imposible de las altas esferas las lágrimas son un signo de debilidad absoluta. A estas tres sentencias podemos unir otra de la madre de los Roy, «los ojos me dan grima», más difícil de clasificar.
No nos imaginábamos que la última gran reunión de los hermanos se iba a producir precisamente en casa de la matriarca. Allí acuden Ken y Shiv en busca del pequeño Rome. Herido, por dentro y por fuera, ha buscado refugio en una madre que no sabe ejercer de madre. Sus hermanos tratan de consolarle pero, por supuesto, también de llevarle al huerto ante la decisión de vender o no la empresa de su padre a Lukas Matsson. Más allá de las negociaciones ese encuentro entre los tres sirve para sacar a los niños que llevan dentro, los que nunca les dejaron ser, los que se bañan por la noche en el mar y trastean en la cocina mientras los mayores duermen. Nunca los habíamos visto confraternizar así y casi se nos hace raro, impropio de ellos.
De vuelta a su realidad regresan a la casa paterna donde Connor (¡¡Connor existe!!) se está deshaciendo de todos los enseres de Logan y los vende al mejor postor. Su destino está unido al del presidenciable Mencken, pendiente de los tribunales. En esa casa se produce el otro momento emotivo del episodio entre los hermanos, cuando revisan un vídeo en el que aparece su padre y termina cantando. No pueden evitar llorar de emoción. Llorar en privado no está tan mal visto.
El otro encuentro en esa estancia es el de Shiv y Tom. Para entender lo que aquí sucede hay que referirse a algunos hechos anteriores. Shiv y Lukas se han reunido para terminar de arreglar algunos flecos de su acuerdo, entre ellos qué va a suceder con Tom. La hermana de los Roy trata de poner en valor la eficacia profesional de su marido pero le asegura al magnate que puede prescindir de él. El sueco parece, sin embargo, más preocupado por una ilustración que ha publicado una revista en la que se le representa como una marioneta en manos de Shiv. Dice que no le molesta, pero miente. Le toca su orgullo de machito. Y eso lo saca con Tom cuando queda a comer con él y le propone ser el CEO de Waystar. «Me apetece follarme a Shiv, pero no mezclar ambas cosas. No quiero meterme en ese berenjenal», le suelta en su cara. Y el otro ni se inmuta. Traga lo que sea y de quien sea.
A Shiv le llega (de rebote de la mano de Greg) la información de que Lukas se la quiere jugar y está buscando a alguien para sustituirla. No imagina quién es. Pero el propio Tom le desvela que le han ofrecido el cargo. «¿A un don nadie como tú?», le grita. Y él, otra vez, ni se inmuta. Al contrario, le invita a que aproveche esa jugada para seguir en el equipo de Matsson. Pero a ella le puede su orgullo y hace frente común junto a sus hermanos para impedir la venta. Para eso deben decidir cuál de los tres será la cabeza visible de la empresa y finalmente acuerdan que sea Kendall. Ninguno está convencido pero acceden tras descartar otras opciones.
En bloque, como si fueran hermanos que se quieren de verdad y están unidos, acuden a la última junta, la que decidirá el futuro de la empresa. Y en la que previsiblemente pactarán no vender el emporio. Todo va bien hasta que llega el turno de Shiv y ella duda. El triunvirato se tuerce. Y finalmente se trunca. De urgencia vuelven a reunirse. A la desesperada, para salvar un acuerdo que ya se ve más negro que nunca. Los últimos episodios han sido una montaña rusa de emociones y llegados a esta parada se quitan definitivamente la máscara. «Te quiero pero no te soporto», le reconoce Shiv a Ken. «Aún podemos ganar», le responde él. «Creo que lo harías mal», le reprocha. La hermana ha reculado. Piensa en su hijo o en que todavía puede matar mano de la mano de Tom. Quién sabe, ya da igual. Roman asume el final: «Somos unos farsantes». Se masca la tragedia. La junta acuerda la venta a GoJo.
Lukas y Tom entran en el edificio victoriosos. Han ganado. Los buitres (Greg incluido) merodean a su alrededor tratando de sacar tajada. Los Roy han perdido, aunque cada uno acepta la derrota de un modo. Roman se siente libre al fin, una vez ha soltado lastre, tras descargar la pesada losa de su padre. Shiv se encadena a Tom, se rinde a su poder y acepta sumisa su condición de consorte. Kendall se queda solo, con la única compañía de Colin, su escolta. Intentando procesar lo que ha ocurrido. Y lo que va a ser de él. No tiene nada más en la vida. Solo dinero, mucho dinero, pero de qué le sirve… Le adivinamos un desenlace trágico.
Los Roy han pujado para colarse entre las familias emblemáticas de nuestra televisión, en el mismo olimpo en el que ya están los Fisher, los Soprano, los Targaryen, los Dunphy, los Carrington, los Channing…
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.