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Están las costumbres, filias y fobias de los valencianos. Hay paella. Se dirigen los unos a los otros llamándose tete, teta y nano. Pero todo está incluido de un modo natural, nada chirría ni es estridente. No hay duda de que estamos en València, pero no se recurre a los clichés de siempre asociados a esta tierra, no se abusa de evidencias. Eso se agradece en 'La ruta'. También se agradece que la serie quiera ir más allá del imaginario colectivo sobre aquel movimiento musical y festivo, y de toda la crónica negra que lo rodeó. No lo rehúye, pero pretende contarlo de otro modo. Eso es lo que se intuye después de ver tres episodios, de los ocho con los que cuenta la temporada (en Atresplayer).
'La ruta' tiene vocación de permanecer, de quedar como un testimonio indispensable en el futuro para aquellos que quieran saber qué sucedió en la época. A nivel cultural y social. No está hecha para aprovecharse de una moda, ni para subirse a una ola nostálgica, o para tirar de tópicos y salir del paso. No, no es nada de eso. Para no quedarse solo en el chunta, chunta, en los fuegos artificiales y en las rayas de coca se han asumido riesgos en el planteamiento y se han tomado medidas inteligentes.
Una de ellas ha sido crear unos personajes potentes. Y ese cuarteto que conforman Àlex Monner, Ricardo Gómez, Elisabet Casanovas y Claudia Salas los defienden de maravilla y los van mostrando poco a poco. Según avanzan los episodios se profundiza y se descubren capas. Conviene no quedarse con la primera impresión porque todos vienen con mochila y mucho que ofrecer. Qué gusto da cuando se te despiertan las ganas de saber más. Eso ocurre con 'La ruta'.
Esta es una serie de personajes. Un grupo de soñadores, que en el camino fueron olvidándose de lo que buscaban y se conformaron con lo que encontraron. Vivieron un momento único, aunque ninguno fue del todo consciente de ello y de cómo eso, estar ahí, formar parte de aquello, marcaría sus vidas. Están tan bien escritos que querrías saber más de ellos aunque perteneciesen a otra historia, a otro lugar. Pero están en ese lugar y en esa historia y no creo que sea baladí.
Uno de los mayores riesgos que asume la serie es ir de atrás adelante en su narración, empezar por el final para llegar poco a poco al principio. Saltar un par de años en cada episodio sin que pase nada. Que nada de eso rompa el ritmo, que el misterio se mantenga, que el interés no decaiga, que se entienda todo perfectamente sin subrayados ni explicaciones a pie de página. La construcción es compleja para que todos los acontecimientos se ordenen perfectamente y para que ningún personaje pierda coherencia. El relato tampoco se resiente. Porque no importa tanto el qué, sino el cómo. Y en eso se basa esta acertada forma de contar cosas.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero 'La ruta' nos seduce para que volvamos por unos instantes atrás para comprender mejor qué ocurrió entonces, qué motivaciones tuvieron, en qué fallaron. Nos ofrece resacirnos con un movimiento que no hemos sido capaces de comprender y valorar, y la posibilidad de aprender de los errores que se cometieron entonces, a un lado y a otro. Para no repetirlos. El viaje, de seguir así, tiene pinta de ser apasionante.
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