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Nadie mejor que Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, 1977) para hacerse cargo de la dirección de los dos primeros episodios de 'El vecino', la serie que Netflix estrena completa este 31 de diciembre. La adaptación del cómic homónimo de Santiago García y Pepo Pérez presenta a un treintañero sin muchas perspectivas vitales ni profesionales (Quim Gutiérrez), que recibe superpoderes sin saber muy bien qué hacer con ellos. 'El vecino', que consta de diez capítulos de media hora, sustituye la habitual épica y trascendencia del género de superhéroes por el costumbrismo de un barrio con casas de apuestas, camellos y pisos de Airbnb. No hay kryptonita que valga en esta España nuestra de la precariedad.
–¿Quién es su superhéroe favorito?
–No es una pregunta fácil. Siempre he defendido que, siendo fan de superhéroes, tienes que elegir un autor. Me he enfadado con el fandom que se obsesiona por determinados personajes, ya sea Batman, Superman o Spiderman. Yo siempre he estado por deformación profesional más cerca de los guionistas que de los artistas. El primer superhéroe que me cautiva es Alan Moore, el primer nombre que identifico en los cómics que me gustan. Y antes posiblemente estaba Jan, el autor de Superlópez. Y Mark Millar, Grant Morrison, Peter Milligan... Ellos han sido mi 'dream team' desde muy joven. Mi 'star system' por delante incluso de los directores que admiraba.
–¿Qué tiene de especial el cómic de Santiago García y Pepo Pérez?
–Es fácil ver la proximidad entre 'El vecino' y las cosas que yo he intentado hacer en cine. De hecho, Santiago y Pepo siempre me han dicho que tienen mucha conexión con mi película 'Extraterrestre'. Lo que yo hacía allí con el género de las invasiones extraterrestres lo hacen ellos con los superhéroes en 'El vecino': llevarlo todo a ras de suelo y dejar que la cotidianidad y un posible costumbrismo devoren el género.
–Es insólito abordar la vida de un superhéroe desde el costumbrismo.
–Sí. En los cómics hay un antagonista del héroe, pero nunca hay un enfrentamiento final a puñetazos. Ese tipo de jugarretas siempre me han interesado.
–En vez de a Marlon Brando como Jor-El tenemos a Jorge Sanz.
–Es una idea de casting buenísima. Ha sido cumplir un sueño, porque siempre me ha gustado Jorge Sanz. Fue un rodaje divertidísimo. No hizo falta ponerle el 'Superman' de Richard Donner, en cuanto vio el vestuario y leyó el texto lo captó al vuelo. En una versión anterior del guion el personaje se presentaba en carne y hueso y no como un holograma. Y al ceder el traje se quedaba desnudo. Jorge se alegró cuando le dijimos que la escena iba a cambiar porque si no se iba a helar.
–Se detiene en una vida de barrio con personajes sin horizontes. Retrata la España de la precariedad.
–Yo solo soy realizador, el mérito es de los guionistas y showrunners. Me he sentido como pez en el agua trabajando en el código visual de la serie, el casting y diseñando los pisos de los protagonistas. Nos hemos remitido a nuestras propias experiencias y recuerdos. Por ejemplo, tenía clarísimo el mueble castellano gigantesco en la habitación de un piso heredado. Una España de techo bajo, que rellena los huecos con los muebles más absurdos que te puedas imaginar. Yo vengo de ahí.
–No sería igual con muebles de Ikea.
–El mueble de Ikea responde a otro tipo de generación. El mueble heredado castellano con estantes llenos de objetos muertos marca un origen, con cajones llenos de bolis que no pintan, una medalla, un caramelo Palote que se ha quedado duro... Son los muebles de la clase media-baja española.
–Si hubiera que buscar un villano en la serie serían las casas de apuestas.
–Es un villano tristemente generacional, representante de estos tiempos. Echo de menos al villano del cómic, un personaje delicioso, aunque yo solo he visto los dos episodios que he dirigido yo.
–También se desprende un desencanto hacia nuevas formas de 'economía colaborativa', como Blablacar, Airbnb...
– Sí. Aunque más que Blablacars, yo me he comido muchos Alsas en momentos críticos de mi vida, muchos viajes de Bilbao a Madrid. La parada de autobuses de Lerma podría tatuármela en el pecho de las veces que he estado allí. Todas estas manifestaciones de la economía colaborativa han llegado para quedarse, aunque no terminemos de estar a gusto con ellas. El desencanto es palpable y generalizado. Hemos admitido costumbres como quien ve llover, ceder nuestras vidas para que ciertas aplicaciones nos organizen los ingresos y los gastos... En fin.
–¿Se ha sentido cómodo en una serie?
– Sí. He querido demostrarme que soy capaz de sumar a proyectos que vienen de fuera en vez de empecinarme en ser autor. Siempre he querido probar que puedo ser un director de encargo. Tenemos enquistada la pulsión de escribir y dirigir, de ser autor en un sentido francés, cuando los cineastas que siempre hemos admirado eran de encargo. Mi perfil era inimaginable en una serie. Que Netflix me haya dado esta oportunidad me hace muy feliz.
–¿Cómo afronta que algo que ha rodado se vaya a ver en una plataforma y no en una pantalla de cine?
–Si fuera un largometraje al uso tendría otra sensación, quizá entonces me sentiría más consternado. Esto es una serie que se emite de golpe en Nochevieja y se va a ver en todo el mundo, no tiene nada de controvertido. Pero no creo que se consuma como alternativa al especial de José Mota, propongo verla por la mañana o por la tarde, porque las tardes del día de Nochevieja siempre son tontas y no sabes qué hacer.
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