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CARLOS G. FERNÁNDEZ
Jueves, 5 de enero 2023, 10:55
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Un lento terremoto lo ha cambiado todo. Aunque sabemos que nos movemos entre definiciones difíciles (podemos llamarlo «comedia episódica»), se puede decir que casi nada sigue igual en las comedias televisivas. ¿Qué ha pasado? ¿Cuál es el epicentro?
En el apartado material, las sitcom de toda la vida nacen de un sistema perfecto de reducción de costes. El mismo plató puede durar veinte años, las tres o cuatro cámaras saben perfectamente lo que tienen que hacer, y el público, como el de 'La ruleta de la suerte', sabe cuándo se tiene que reír porque se lo indican grandes letreros luminosos. Más allá del apartado material, aparecen cosas más sutiles: el sofá de la serie, donde campan los personajes mirando hacia una pared siempre invisible, es el reflejo idéntico del sofá donde viven los espectadores y de donde no deben levantarse; y esas risas, tan histriónicas y gregarias, impactan a un nivel casi subconsciente en un cerebro que quiere participar de un festival semejante. Éxito masivo de público, y no por no tener criterio, sino por la humana necesidad de humor.
Grieta tras grieta, se ha ido saliendo del salón, de la familia, y también de la complacencia. Las tímidas visitas a escenarios naturales de 'Seinfeld' (aquel episodio en el metro) o ya más frecuentes en 'Friends', hasta prácticamente dinamitar el plató y rodar por norma siempre en localizaciones naturales (¿podemos considerar 'Fleabag' una sitcom? ¿Por qué no?). Pese a la maestría ilusionista alcanzada con los ocho platós de 'Aquí no hay quien viva', donde se podía sentir que Roberto y Lucía verdaderamente vivían en el piso más alto, poco a poco vamos demandando el fin del plató. Y es que la calle, indomable a veces, también puede dar alegrías inesperadas, espontaneidad, interacción entre los actores y la vida real. Y junto a salirse del plató, también está salirse del guion: no hay mejor ejemplo que 'Paquita Salas' y su elenco principal, creadoras de cientos de tomas falsas para la posteridad, alegría condensada con alto grado de pureza. Como vemos, se avanza hacia la naturalidad. También había que arrancar las cámaras de los trípodes. En algún punto entre el periodismo de guerra, el free cinema y la disminución del tamaño de las cámaras, alguien se dio cuenta de que la cámara en mano (en inglés la llaman 'shaky camera', temblorosa) podía ser graciosísima. Y, con el máximo respeto por la versión original inglesa de Ricky Gervais, en pocos lugares se ha explotado con tan buen hacer como en 'The Office' de Estados Unidos.
El éxito humorístico de esta serie evidentemente tiene más ingredientes. Y otra de las claves es la ruptura de la cuarta pared (invento de hace siglos, para ser justos) ejemplificada en la clásica mirada cómplice de Jim Halpert (John Krasinski). Fábrica de 'memes', las reacciones de este personaje señalan o puntúan la ironía en una coreografía perfecta con los cámaras, que le buscan, piden de alguna manera la opinión de Jim, que es la nuestra, una risa muda y sin enlatar, una mirada mucho más inteligente para ver el chiste (o, mejor, lo absurdo de la situación) desde varios niveles simultáneos. 'Modern Family', sin dejar de tener un mérito enorme, absorbe y reutiliza todos estos recursos en otro contexto. De la mano, cambia el montaje, el corte es abrupto y lo natural no es imitar la realidad, sino imitar la manera que tenemos de grabarla con cámaras de vídeo (suele hacer falta, aunque no es fundamental, explicar qué hacen ahí unas cámaras grabando). Porque otro tema fundamental es nuestra alfabetización mediática y tecnológica, que nos hace entender más capas de lenguaje audiovisual: llevamos décadas grabando y viendo la tele, ya no nos manipulan tan fácilmente. Unas risas enlatadas en un mal chiste nos empiezan a parecer violentas, y las series que las mantuvieron hasta muy tarde (por ejemplo 'The Big Bang Theory') llevan años siendo una anomalía.
Podemos ver el salto de todos estos años en un reciente trailer de 'La que se avecina': no encontraremos ni una cámara fija, ni prácticamente un plano general, y muchos escenarios son manifiestamente reales. Todo se va uniformando, pero hacia otros lugares más de carne y menos de plástico. El visionado en el móvil ha tenido también que ver con ese acercamiento de las cámaras a los personajes.
Los techos de los platós siempre fueron más altos que los de las casas que los veían. Somos un público más crítico, más instruido y mucho más deseoso de ironía inteligente, en el guion y en la realización (incluso en la promoción). El metalenguaje nos encanta. Lo que no dejaremos de pedir es comedia, y no hace falta buscarle tres pies al gato sobre las razones. Como preguntaba el ejecutivo de 'Seinfeld' al que Jerry y George querían venderle su serie «sobre nada», ¿por qué iba a querer verla? «Porque sale por la tele».
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