La 'Madame Bovary' de Chabrol
Joyas impopulares ·
La mirada del cineasta se adentra en la condición humana con prodigiosos retratos intrigantes e interiorizados en la columna vertebral de la sociedadSu radiografía afilada, su fina capacidad para escudriñar los entresijos de la burguesía marcaron su estilo. En los filmes del cineasta Claude Chabrol siempre hay un estado de sitio emocional donde colisionan las criaturas que discurren por la superficie y las turbulentas pasiones soterradas y zarandeadas. No es la mejor película del maestro ni la mejor interpretación de su segunda musa, pero 'Madame Bovary' desprende ese engranaje visual de un cineasta cuyas miradas se adentran en la condición humana con prodigiosos retratos intrigantes e interiorizados en la columna vertebral de la sociedad. En los noventa llegaba esta adaptación de la novela universal de Gustave Flaubert , una mezcla irregular pero pegadiza miscelánea de rigurosidad y fidelidad al texto y de libertad en su visualización. El retrato de Emma Bovary, la insatisfecha mujer de un médico rural que ansía pertenecer a la alta sociedad francesa, se construye a través de una delicada ambientación, un diálogo de elegancia y desapego, cierta frialdad formal y un despliegue de técnica y representación a cargo de Isabelle Huppert, que encarna a la fatal heroína, en su nueva colaboración 'chabroliana'.
Brillante, siempre juguetón y escurridizo pese a la atmósfera de híbrido, su artefacto se posa sobre la palabra del escritor y su personaje, y extrae esa mirada inescrutable de un detalle, se adentra en los terrenos sensibles que se mueven entre la obsesión y lo distante y caza dimensiones extraordinarias en lo supuestamente pequeño y ordinario. En uno de sus escritos en 'Cahiers du Cinéma' el director de 'El carnicero' ya apuntaba que, a su juicio, «no hay temas grandes ni temas pequeños, porque cuanto más nimio sea el asunto, más fácil resulta tratarlo con grandeza. En verdad, lo único que cuenta es la verdad». En Bovary el cineasta vuelve a jugar con ese campo gravitatorio de la categoría y la anécdota, de lo grave y lo ligero, de lo cotidiano y lo trascendente.
El fatalismo subyacente, la pasión que pide paso, el enfrentamiento entre lo convencional y el espacio que reclama el instinto, la sutil frontera entre la normalidad y la extrañeza son los laboratorios donde confluye ese foco microscópico escrutador e investigador del astuto Chabrol. Aunque sus adaptaciones literarias se centraron sobre todo en ese aire noir –los Nicholas Blake, Ellery Queen Georges Simenon– siempre con la referencia de Hitchcock al fondo, su disección de la obra magna de Flaubert es otro de sus vitrólicos y lacerantes tsunamis que inundan la pequeña burguesía provinciana francesa. Tras la rutina resquebrajada, el cineasta de 'Un asunto de mujeres', siempre con una especial querencia por el cuidado de los personajes femeninos, se recrea aquí en una luminosidad vitalista y en ese alumbramiento escondido a la hora de retratar a la Bovary, su apariencia y su deseo.
En su arquitectura de microcosmos Chabrol que dividió sus preferencias interpretativas entre su compañero y primera musa Stéphane Audran y, como en este caso, Huppert – también protagonista de otros de sus filmes como 'La ceremonia', 'No va más' o 'Gracias por el chocolate'–, logra transmitir ese juego entre la insatisfacción, la solemnidad, la gravedad y energía libertaria a punto de aflorar. El viaje de la hipocresía al deseo, de lo ordinario a la pasión, como en buena parte de los relatos morales de Chabrol, está conformado por dos partes bien diferenciadas: la del inicio de la relación y la del retrato íntimo de la mujer. Respeto y contrastes cromáticos son la traducción resultantes de las intenciones y las elecciones estilísticas. Aunque se compatibilizan hasta seis versiones en pantalla de la novela, la primera de ellas de Jean Renoir y las de Manoel de Oliveira y Ripstein, entre las últimas, la del cineasta francés se vio perjudicada por una pésima distribución.
La voz en off, un recurso siempre discutible, añade frialdad y un manejo excesivamente calculador con bisturí y psicología punzante. A ello se suman los arrebatos narrativos que fragmentan con brusquedad el relato y dan por sobreentendido muchos aspectos. Hipocresía y transgresión, un pulso habitual en el cine del francés, resulta más lánguido que en otras de sus obras. No obstante asoma el creador más coherente que reivindica la imaginación frente a la mediocridad de las apariencias. Es decir, la escena del baile frente a la de la farmacia, por ejemplo. Una trama leve en la que subyace una tragedia universal, globalizadora, se diría ahora.
Y eso es lo que Chabrol traduce en una mezcla de fascinación y distanciamiento. El clasismo, la rebelión, la tensión, la violencia, el drama humano, la banalidad combaten bajo la gasa de un suspense azaroso que Chabrol dominaba con una destreza tan eficaz como contundente. La fotografía contrastada es el espejo de una mujer que busca la pasión y la libertad entre los pliegues de la mediocridad reinante.
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