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No deja de resultar poético que en el alféizar de una vivienda en el Cantábrico aparezca arena del Sáhara. El fenómeno de la calima que sorprende estos días en toda España tiñe de un rojizo crepuscular la luz de la atmósfera, otorgando una pátina de misterio a nuestras calles, como si estuviéramos ante el advenimiento del Apocalipsis. Más allá de los memes en internet, el cine fantástico se ha servido de la calima y las tormentas de arena para recrear planetas hostiles y desiertos amenazadores. He aquí una lista de ocho películas en tonos naranjas.
En 1982, Ridley Scott dirigió la película más influyente de la ciencia ficción desde '2001, una odisea del espacio'. Cine negro y metafísica acompañados de un fascinante diseño de producción que reproducía un Los Ángeles en 2019 bañado en lluvia ácida y neón. En 2017, Denis Villenueve se atrevió a firmar su continuación, situando la acción 30 años después de la primera película. El director de fotografía Roger Deakins tiñó de naranja las imágenes de un planeta Tierra desértico, donde una planta es más rara y valiosa que cualquier otra cosa. Imaginó Las Vegas en el futuro como un neblinoso páramo salpicado de arte kitsch, en el que la arena del desierto ha cubierto cualquier rastro de civilización.
Christopher Nolan pocas veces ha resultado tan ambicioso como en 'Interstellar'. El director que deslumbró con 'Memento' y resucitó la saga Batman con su trilogía de 'El caballero oscuro' encomendó al astronauta que encarnaba Matthew McConaughey nada menos que la salvación de la humanidad. La película se basa en la obra del científico Kip Thorne, especialista en la teoría de la relatividad, los agujeros de gusano y las curvaturas espacio temporales, con el asesoramiento de la mismísima Nasa. En el futuro cercano, el cambio climático es una realidad y la Tierra está exhausta y arrasada por tormentas de polvo. Precisamente en el polvo acumulado en la habitación de su hija el protagonista encontrará los patrones que le permiten viajar a los confines del universo.
David Lynch en su película de 1984 y Denis Villeneuve en su versión del año pasado recrearon el planeta Arrakis imaginado por el escritor Frank Herbert, un inhóspito desierto con temperaturas imposibles habitado por gusanos gigantes que se deslizan bajo sus dunas. Sin embargo, en las entrañas de Arrakis se encuentra la Especia, el material más deseado del universo, en manos de la cruel casa Harkonnen. El desierto de Liwa, en Abu Dhabi, y Wadi Rum o el también llamado Valle de la Luna, en Jordania, fueron los escenarios elegidos por el realizador canadiense para rodar las escenas que transcurrían en Arrakis y donde Javier Bardem, que encarnaba al líder de la tribu de los Fremen, sufrió lo suyo con un traje que, en la ficción, recicla todos sus líquidos: saliva, orines, sudor…
George Miller fue cirujano antes que cineasta. Su puesta en escena es eficaz y sintética, quirúrgica. Cuando en los albores de los 80 aterrizaron en nuestros cines las dos primeras entregas de 'Mad Max', descubrimos que existía un director australiano que rodaba en su totalidad en exteriores, sin apenas diálogos, y con un sentido de la acción febril y nihilista. También conocimos a un actor de 21 años que encarnaba a un policía de tráfico lúgubre pero eficiente, que mantenía a raya a una banda de punkis motorizados: Mel Gibson. El barroquismo de los escenarios postapocalípticos se acentuó en la tercera parte, con Tina Turner cantando que no necesitaba a otro héroe. La última entrega, 'Mad Max: Fury Road', iba a rodarse cerca de Sydney, pero llovió por primera vez en quince años y el desierto se convirtió en un prado de flores, así que tuvieron que irse a Namibia. Allí se recreó gracias a los efectos digitales una alucinante tormenta de arena que se traga todos los coches y ayuda a escapar de sus perseguidores a Max (Tom Hardy) e Imperator Furiosa (Charlize Theron). Su autor es Tom Wood, del estudio de efectos visuales australiano Iloura, que lleva años diseñando tormentas de arena como las de 'El príncipe de Persia'.
A Tom Cruise, alias el agente secreto Ethan Hunt, no le basta con hacer equilibrios en el Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo con 828 metros de altura. En la cuarta entrega de la saga 'Misión imposible' también tenía que hacer frente a una increíble tormenta de arena que persigue al protagonista. Armado con una gafas diseñadas especialmente para la ocasión para salvaguardar los ojos del actor, un pañuelo que le protege la garganta y un móvil que le sirve para guiarse en la oscuridad, Cruise corre que se las pela, se sube en marcha al coche de los malos y escapa por milímetros de morir aplastado. Hubo efectos digitales, por supuesto, pero el grueso de la brutal calima se consiguió a base de ventiladores que agitaban pulpa de papel molido.
Dentro de 700 años, los humanos habremos abandonado el planeta Tierra tras colapsarlo de mierda. Y nos hemos olvidado a un laborioso robot, que apila detritus y poco a poco va siendo consciente de su soledad. Se entretiene con la cucaracha Hal –un guiño al pérfido ordenador de '2001'– y recolecta ecos del pasado: un cubo de Rubik, una bombilla, cubiertos... También debe protegerse de las cíclicas tormental de polvo, de las que huyeron los humanos hace años. Wall-E, un armatoste diseñado para compactar basura, conmueve igual que una estrella del Actor's Studio gracias a la magia de Pixar en esta original historia de amor con mensaje ecologista que no entiende de edades. La apariencia de su metálico protagonista se sitúa a medio camino entre Número 5, el héroe de 'Cortocircuito'– aquella fábula ochentera sobre otro autómata con alma– y el celebérrimo ET.: Spielberg y los mangas japoneses saben que el secreto de la expresividad reside en grandes ojos. Wall-E cuenta con dos lentes en sus cuencas de tierna mirada miope y la gestualidad sin palabras de Buster Keaton. Para diseñar sus sonidos se reclutó a Ben Burtt, el genio que inventó el chasquido del látigo de Indiana Jones, el siseo de Alien y los lamentos computerizados de R2-D2.
En 'Lawrence de Arabia' solo hay una imagen rodada en estudio: un primer plano del sol, en realidad un dibujo en acetato. Cada vez que David Lean intentaba filmar el sol real en el desierto la película se quemaba. Más allá de aproximaciones psicológicas al mito, la película favorita de Steven Spielberg se erige como un suntuoso espectáculo construido mediante imágenes hipnóticas: la sombra de Lawrence corriendo por el techo del tren asaltado, la legendaria aparición de El Karish (Omar Sharif) desde el horizonte –el director de fotografía Freddie Young osó filmar un espejismo–, la celebérrima transición que funde una cerilla consumiéndose con el amanecer del desierto... Algunas localizaciones pasaron a figurar en los mapas después de un rodaje en tierras jordanas, marroquíes, españolas y galesas, que de los cinco meses previstos pasó a durar casi dos años y medio. El celuloide se mantenía en cámaras frigoríficas en pleno desierto debido a las infernales temperaturas. A la odisea de desplazar las gigantescas cámaras de 70 milímetros se sumaba la necesidad de alisar la arena cada vez que se repetía una toma. Un brillante apunte del guion: durante una tormenta de arena, Lawrence pierde su brújula, aviso de la progresiva pérdida de orientación mental del personaje.
Año 2085, tres décadas antes de que el 'Nostromo' de 'Alien' sufriera a su indeseado polizón. Una expedición espacial comandada por una científica (Noomi Rapace) acude a la 'llamada' que una supuesta civilización ha dejado en pictogramas y jeroglíficos en la Tierra. Trata de desvelar nada menos que los orígenes de la humanidad. A bordo, una ejecutiva enviada por la megacorporación que sufraga el viaje (Charlize Theron) y un androide último modelo que acaba adueñándose de la función (Michael Fassbender). Ridley Scott regresó a los dominios de 'Alien' en un resultón festival de horrores, incluido una variación de aquel inovidable 'parto' de Jon Hurt en mitad de la comida, después de haber incubado al bichejo en su estómago. Y nada mejor que una tormenta de arena para resaltar la hostilidad de la luna LV-223, adonde llega la tripulación de la nave 'Prometheus' enviada por la Weyland Corporation.
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