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Mujer menuda de 1,52 metros de talla, la figura de Agnès Varda ha ido engrandeciéndose desde su muerte a los 90 años. Sin la gravedad ni el ceño solemne de los grandes maestros del cine que fueron sus contemporáneos, la artífices de la Nouvelle Vague, antes de que François Truffaut y Jean-Luc Godard rodaran 'Los 400 golpes' y 'Al final de la escapada'. Inquieta, libre y curiosa, adoraba las flores, los gatos, la brisa del mar y la caricia del sol. Agnès Varda (Bruselas, 1928-París 2019) firmó un capítulo esencial en la historia del cine al preñar sus películas documentales de ficción y al revés.
Su reconocimiento fue tardío, como demuestra el hecho de que a los 89 años Hollywood se rindiera a su talento y le concediera un Oscar honorífico. Lo recogió con la alegría de la feminista jovial que era, con una de sus habituales blusa de flores y un vistoso fular que realzaron el baile que se marcó con Angelina Jolie. Nadie iba a aguarle la fiesta a una mujer que despejó el camino de otras mujeres cineastas y cuyo cine sirvió de inspiración a directoras como Carla Simón, Greta Gerwig o Alice Rohrwacher. Una retrospectiva en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) que permanecerá abierta hasta el 8 diciembre homenajea a esta directora, fotógrafa y artista, precursora del docudrama, la autoficción, el nuevo documentalismo y tantos otros formatos.
'Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar', título de la exposición que el CCCB dedica a la madrina de la Nouvelle Vague, indaga en el carácter poliédrico de una figura fundamental en la historia del cine. Dotada de una visión multidisciplinar, Varda descolló por su «feminismo alegre y combativo», como asegura la directora del CCCB, Judit Carrera, quien destaca otras señas de identidad de la artista: su interés por la experimentación tecnológica, la preocupación ecológica y la obsesión por los seres marginales.
La muestra recorre la filmografía de Varda, compuesta por más de cuarenta cintas entre largometrajes y cortometrajes, desde 'La Pointe Courte', su ópera prima, que cuenta la lucha de unos pescadores contra el dominio de las grandes empresas, hasta 'Los espigadores y la espigadora', un documental sobre los vagabundos e indigentes que hurgan en la basura. La exhibición amplía la retrospectiva que pudo verse meses atrás en la Cinémathèque de París, comisariada por la especialista Florence Tissot, con dirección artística de su hija Rosalie Varda.
La exposición revisa su quehacer como fotógrafa oficial del festival de Aviñón e incide en las gentes de las que se rodeó, entre las que destaca su marido, Jacques Demy, director de 'Los paraguas de Cherburgo', quien murió a causa del sida. De 1968 a 1978 ambos se afincaron en Los Ángeles, donde Varda hizo películas más o menos experimentales sobre los grafitis y los Panteras Negras e intimó con Warhol y Jim Morrison, entre otros muchos personajes de leyenda.
En el itinerario expositivo el visitante puede descubrir la insólita vida de Varda, presidida por su obsesión para hacer cine con medios más que parcos. «Fue protagonista de la efervescencia social y política de su tiempo: el feminismo, el movimiento 'hippie' o la lucha de los Black Panthers; y se relacionó tanto con artistas y actores famosos como con personas anónimas y marginales, que quiso representar y dignificar en sus películas», asegura la comisaria de la exhibición, Florence Tissot. «A veces hay quien me pregunta si soy feminista, como si de una enfermedad se tratara», decía Agnès Varda, quien en 1977 dirigió 'Una canta, la otra no', su película más comprometida con la lucha por los derechos de las mujeres y a la vez una encendida defensa del aborto. Lo llamativo de esta cinta es que Varda trocó en exultantes canciones algunos escritos de Karl Marx.
Varda se inicio en la fotografía a los 22 años, arte que nunca abandonó. Inmortalizó el mundo del teatro, a su familia y a gente que conoció en sus viajes, guiada siempre por el afán de experimentar con la imagen. Así lo hizo cuando retrató a Salvador Dalí.
Mujer poco convencional, su compañero de vida, Jacques Demy, era homosexual, lo que no fue impedimento para que alcanzaran una feliz convivencia. Prueba de su desafío a las costumbres de la época es que estuvo unida sentimentalmente a la escultora Valentine Schlegel, cuando era poco frecuente ver a dos mujeres amarse.
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