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VII. Salir a flote. El Puerto de La Luz y de Las Palmas

José Miguel Bravo de Laguna Bermúdez

Jueves, 1 de enero 1970

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Embarcado en la nave de la Vida / presto salí del sosegado puerto, / con fe buscando el porvenir incierto / por ruta a mi ambición desconocida» (Saulo Torón (Telde 1885-1974). Poeta del mar).

Me he propuesto, como ya he tenido ocasión de recordar en anteriores artículos, en estas semanas de forzado confinamiento, sugerir, o simplemente expresar algunas ideas, bajo el epígrafe general de Equilibrio en tiempo de virus, como sugerencias de prioridades a desarrollar en cuanto retomemos un pulso de actividad, que se pretende denominar nueva normalidad. Por lo que vamos viendo, en esa nueva normalidad, ni es nueva en muchos comportamientos políticos y cívicos, y se alejará también bastante de la normalidad, si interpretamos ésta como vida normal, familiar y laboralmente. Esta crisis, de este vil asesino, que es el coronavirus, nos marca un antes y un después. Ya nada, o casi nada será igual, y me temo que en la mayoría de los casos, en la mayoría de los hogares, la realidad presenta una apariencia para temblar.

Y en esas propuestas o sugerencias, he dedicado artículos, por ejemplo, al refuerzo de la Unidad Militar de Emergencias (UME), a los incentivos al sector de la construcción para generar empleo, al panorama del turismo que se presenta muy dramático.

Y ahora quiero dedicarlo a nuestro puerto, así que como diría Galdós «orden en la narración», como sugería nuestro gran escritor al comienzo de una de sus grandes novelas, El amigo Manso.

Pues eso, orden. Voy a hablar del Puerto de la Luz y de Las Palmas.

Como grancanario debo, y estoy seguro que comparten ustedes esta opinión, estar orgulloso, de contar con este puerto clave en nuestra historia. De esa historia apenas hago un trazo. Situado en la bahía de Las Isletas, donde desembarcó el conquistador castellano Juan Rejón el 24 de junio de 1478 para iniciar la conquista de la isla, sirvió de base a las escalas también de Cristóbal Colón, con certeza absoluta en el segundo y cuarto viaje a América, y naturalmente durante siglos ha sido esencial para el desarrollo, la comunicación, la vida misma de los grancanarios.

Con él, y hasta el desarrollo aeroportuario, hemos tenido una única puerta de entrada de personas y mercancías; también de salida, a veces obligada por la emigración fundamentalmente a América, de canarios buscando ese porvenir incierto del que nos habla el teldense Saulo Torón en su poema, que ya he citado al principio, denominado Sin Rumbo.

Fue el gran ingeniero Juan León y Castillo a finales del siglo XIX, amparado políticamente por su hermano Fernando, ambos también nacidos en Telde, el que impulsó la ampliación del gran puerto que ya lo fue desde inicios del siglo XX, fundamentalmente en los años iniciales como cobertura del tráfico propiciado por Gran Bretaña y sus conexiones con África y resto del mundo.

Resaltar la enorme importancia que ha tenido y tiene nuestro puerto para Gran Canaria y Canarias entera resultaría ocioso, pues es conocido. Ha constituido a lo largo de los siglos un auténtico faro en el Atlántico. Bien es verdad que no siempre suficientemente conocido y valorado por nosotros mismos.

Yo echo en falta, por ejemplo, que todos los estudiantes de la isla tengan una visita obligada, al menos una, a lo largo de su vida escolar, a nuestras magníficas instalaciones portuarias. El que no haya entrado en el recinto portuario se quedará maravillado de su enormidad, complejidad, actividad y por tanto de su importancia como auténtico pulmón económico y social de nuestra isla. Con sus más de 12 kilómetros de líneas de atraque, unas 3.000 hectáreas de superficie de flotación y casi 2 millones de metros cuadrados de superficie terrestre, su actividad supone más del 10% del Producto Interior Bruto (PIB) de Gran Canaria. Miles de puestos de trabajo, cientos de pequeñas, medianas y grandes empresas, tráfico muy intenso, actividades de muy diversa índole, desde el mero fondeo hasta el atraque, tráfico de pasajeros, manipulación de carga y descarga de mercancía, almacenamiento, asistencia técnica, reparación y astilleros, avituallamiento y suministro de combustible (bunkering) y agua... y así una gran relación de actividad y de empleo.

Quiero manifestar que a mí me parece una imagen siempre positiva y esperanzadora ver los buques entrando y saliendo, o simplemente fondeados, si el mar está tranquilo como suele ocurrir en esta zona, depositados en apariencia como si el mar fuese un espejo en el que quedan reflejadas las siluetas marinas.

No les cansaré con cifras sobre contenedores o toneladas de tráfico; me basta por ejemplo con señalar que solamente la actividad de avituallamiento y bunkering supuso el año pasado en torno al 50% de las exportaciones de esta isla. Esto es, que la mitad de lo que vendemos al exterior desde Gran Canaria lo constituye esa actividad portuaria.

Por eso son obligadas en este punto del artículo dos cosas:

1. Agradecer también en esta etapa de virus, de pandemia, el esfuerzo de los trabajadores del puerto, estibadores o no, de los empresarios y autónomos, de los funcionarios, y de los que prestan servicios públicos o privados, de vigilancia, transporte, tramitación de documentación, etc, que han mantenido una actividad que ha resultado esencial para el suministro de nuestra isla en todos los capítulos y que lo han hecho no siempre contando con medidas y recursos suficientes de protección. Gracias, amigos portuarios.

2. La segunda cosa es naturalmente apostar por un futuro que garantice el mantenimiento de nuestro puerto como ese enclave estratégico que ya es, pero que tiene que seguir ofreciendo calidad y competitividad, porque otros puertos, Lisboa mismo, o en África (Tánger, Dakar, etc), quieren legítimamente arrebatarnos la primacía que hoy tenemos en esta zona del Atlántico. En este sentido, falta a mi juicio, que en los planes y propuestas de reconstrucción económica y social de nuestro país, de nuestro archipiélago, se piense por los partidos políticos y por el conjunto de la sociedad, en nuestro puerto, haciéndose por la autoridad correspondiente, ya sea por la Autoridad Portuaria de Las Palmas, Puertos del Estado, Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (antes Fomento), etc, lo necesario para abaratar costes. Por ejemplo, hay a mi juicio una clara doble imposición cuando se exige IBI (Impuesto de Bienes Inmuebles), que es del Ayuntamiento capitalino, sobre edificios del puerto, que a su vez están sujetos a fuertes tasas por las concesiones. Los concesionarios no son los propietarios, por tratarse de bienes de dominio público. Y el IBI recae sobre los propietarios. Esta desviación fiscal hay que replanteársela, ahora que entramos en una fase de menor tráfico, previsible desgraciadamente en los próximos años. Hay que competir, insisto, en un mercado más estrecho. Por importante y estratégico que sea nuestro puerto, el tema de costes será determinante.

Tenemos que seguir convirtiendo a Gran Canaria en un punto de conexión estratégico de negocios y logística a nivel global, reforzar los aspectos solidarios (Banco Mundial) y medioambientales, así como deportivos y de cruceros de nuestro puerto, y en definitiva reforzarla como sede de instituciones y empresas como plataforma de cooperación, de desarrollo humano y económico de nuestra vecina África continental. Y en ese objetivo, nuestro puerto es esencial. Por ejemplo, ¿para cuándo mejorar la conexión y solucionar de una vez el nudo de los túneles de Julio Luengo y Torre Las Palmas y la Rotonda de Belén María? Son cosas esenciales para nuestra isla y para nuestro puerto. Ojalá acertemos para salir a flote, que es el título de este artículo.

Para que podamos, con el gran poeta de Moya, Tomás Morales, seguir recitando su famoso Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico. «Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico, / con sus faroles rojos en la noche calina/ y el disco de la luna bajo el azul romántico / rielando en la movible serenidad marina. / Silencio en los muelles en la paz bochornosa, / lento compás de remos, en el confín perdido / y el leve chapoteo del agua verdinosa / lamiendo los sillares del malecón dormido...»

Continuará...

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