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Jueves, 1 de enero 1970

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Spielberg lo ha vuelto a hacer. Cine redondo, adulto, con el contexto histórico como fondo del guion; si el retrato de la Guerra Fría en El puente de los espías fue notable, no lo es menos el fresco sobre la relación entre el periodismo y el poder político y judicial que encuadra en Los archivos del Pentágono.

La película viene a recordar aquella hermosa sentencia de la Corte Suprema, en la que dejaba para la posteridad que la prensa está para servir a los gobernados, no a quienes gobiernan.

Un epígrafe imbatible, hermoso, que incluso a más de uno de esos políticos o empresarios que nunca han dudado en levantar un teléfono para solicitar el descabello de quien haya publicado algo que no le gusta, le servirá para ilustrar su Twitter el día de San Francisco de Sales, patrón divino de los jornaleros de la noticia.

A quién sirve la prensa es hoy más discutido que nunca, cuando incluso hay quien renuncia a los medios para trasladar su mensaje, contando con las redes sociales de su parte. Es fácil escrutar, establecer conexiones y desnudar los intereses de cada empresa de comunicación en relación a lo que publica. Pero probablemente siempre ha sido como ahora.

En 1893 Fernando de León y Castillo fundó Diario de Las Palmas con la intención de avivar la división provincial en Canarias. Antes y después, habría mil ejemplos, también en el cine donde Orson Welles la clavó con Ciudadano Kane en 1946.

El periodismo ha descuidado mucho el a quién debe servir. Dando más páginas en los periódicos y minutos de televisión a la agenda política del día. O a cualquiera de esa feria de vanidades tipo Fitur, que a los problemas de la sociedad. Que a la indigencia que habita en el barrio que está detrás de nuestras casas. Una inercia casi irremediable, en la que hace tiempo que no hay nadie al volante.

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