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A la izquierda, la pirámide poblacional prevista para Europa en 2030, que tendrá 741 millones de habitantes, seis millones de personas menos que las que tenía en 2019. Como puede verse, cerca del 30% de sus ciudadanos tendrán más de 60 años en 2030. En África, por el contrario, continente que en 2030 tendrá 1.688 millones de habitantes (380 millones más que los que tenía en 2019), solo 4 de cada 100 de sus ciudadanos tendrá más de 60 años. Si comparamos por abajo, es decir, por los jóvenes, la diferencia es enorme: el 20 por ciento de los europeos tendrá menos de 19 años. En África, será el 47%.
Pensar las migraciones a largo plazo
TRIBUNA LIBRE

Pensar las migraciones a largo plazo

En Casa África nos hemos sentado esta semana con expertos y analistas a reflexionar sobre cómo prevemos que serán las migraciones desde África por la ruta atlántica en los próximos diez años

JOSÉ SEGURA CLAVELLDirector general de Casa África

Domingo, 19 de septiembre 2021, 01:00

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En Canarias, todos los días nos levantamos con noticias de nuevas embarcaciones que naufragan, son rescatadas o llegan a nuestras costas, en una estación en que el océano calmo y las circunstancias de la navegación son propicias para intentar la travesía desde la costa africana. La ruta migratoria del Atlántico, desafortunadamente conocida en los medios como la ruta canaria, se ha hecho tristemente célebre desde el año pasado, al convertirse en la más mortífera para llegar a Europa. Solo en los nueve meses que llevamos de 2021 hay, oficialmente, 785 fallecidos. Una ONG, Caminando Fronteras, que incluye los datos de los desaparecidos, eleva este número por encima de las 2.000 personas.

No puedo evitar la preocupación y el dolor al ser consciente de que unas islas que muchos consideran paradisíacas y un destino ideal para disfrutar de las vacaciones o vivir, se han convertido, para otra parte de la humanidad, en sinónimo de esperanza truncada o muerte. Por eso, precisamente, hemos impulsado una línea de trabajo en Casa África sobre las migraciones que arrancó esta semana con una jornada sobre migraciones en las que queríamos conocer mejor las perspectivas para la década que ahora empezamos de la mano de expertos y analistas. Pensar a largo plazo, coordinarnos a nivel europeo y liderar desde España las políticas migratorias comunitarias son algunas de las recomendaciones más importantes que se lanzaron.

Nos reunimos para pensar a largo plazo pero el momento obligaba a hacer una reflexión sobre el corto plazo: las próximas semanas. El delegado del Gobierno, Anselmo Pestana, fue claro y directo: «vendrán días de tensión» para todos los equipos de seguridad, emergencias y actores de la sociedad civil implicados en la atención a la llegada de pateras y cayucos. La jornada que organizamos ocurría tan solo unas horas después de cerrar el recuento de una jornada récord para Canarias en todo 2021, y que vaticinaba que ya, como ha ocurrido en anteriores años, los meses de septiembre y octubre son, y permítanme el símil, la temporada alta de los que intentan la peligrosa odisea.

Este incremento, en esta ocasión, no llega de forma sorpresiva como sí lo hizo el año pasado por varios factores, uno de ellos y diría que casi el más importante, la misma pandemia. Los países de África occidental han sufrido y aún viven inmersos en una enorme crisis económica de la que ya hemos hablado en anteriores artículos.

La inseguridad e inestabilidad en varios de los países emisores, además, no ayuda. En este último año ha habido dos golpes de Estado consolidados (Mali, primero y hace muy pocos días Guinea -Conakry- y uno fallido (Níger) y el cambio climático está cebándose especialmente en los países de África occidental. Los factores, pues, que empujan a esta gran cantidad de jóvenes a jugarse la vida para alcanzar nuestro Archipiélago son múltiples y complejos. Nuestra mesa redonda, pues, perseguía reflexionar sobre este fenómeno a diez años vista, es decir, entender que esto no es algo puntual, que va para largo. Y escribo fenómeno, y no problema de manera muy consciente, porque son fundamentales los términos que empleemos.

Surgió el término riesgo: primero el que afrontan los migrantes en la que es la ruta marítima más peligrosa del mundo, del que afrontan nuestros servicios de emergencia cuando las cifras de llegada nos superan y suceden momentos de tensión como los del año pasado. Del que sufre nuestro sistema de acogida, si no somos capaces de atender debidamente a las personas que llegan. Del riesgo, añado yo, a seguir viviendo con este escenario en el que sigamos viendo muertes en el mar. Esa, siempre lo he dicho, debería ser la gran prioridad: que nadie más muera en el mar, que se dispongan los medios que hacen falta para atajar ese riesgo, y que incluso mediante tecnología satelital podamos localizar cualquier pequeña embarcación que flote, para acudir a su rescate.

Se habló también de la oportunidad, de la necesidad de entender que demográficamente en los próximos años será indispensable contar con las migraciones africanas para compensar el tremendo desequilibrio que padece la pirámide poblacional europea, con pocos jóvenes y muchos mayores. Ante esto, la pirámide poblacional africana es completamente inversa. Para ello, concluyeron, es necesario que se aborden fórmulas para abrir y consolidar de una vez vías legales, seguras y ordenadas para que los que llegan puedan trabajar.

El coronel Jesús Díez Alcalde, jefe de la Unidad de Análisis del Departamento de Seguridad Nacional (DSN), lo sintetizó perfectamente: la inmigración tiene una parte de oportunidad y una parte de riesgo. «Pero nunca, nunca, debe considerarse una amenaza», dijo. Díez Alcalde defendió que es fundamental conocer y entender el contexto de cada país y del momento en que se producen los movimientos migratorios para poder tomar las decisiones adecuadas cuando corresponde. El coronel, que es canario y comparte la sensibilidad con que desde aquí vemos este fenómeno, concluyó con un llamamiento a la necesidad de ser empáticos con las personas que, huyendo del hambre, la guerra o sin ninguna esperanza de tener una vida digna, se juegan la vida a bordo de un cayuco. No podría estar más de acuerdo con eso.

Por su parte, desde nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, el Embajador en Misión Especial para las migraciones, José Luis Pardo, subrayó que los flujos migratorios desde África hacia Europa son prioritarios para España y la importancia de identificar los rasgos estratégicos de esas migraciones para el futuro inmediato. El embajador Pardo resaltó, además, que esta migración seguirá siendo necesaria para Europa y España, dada la evolución demográfica y económica de la zona; que la africana es una migración mayoritariamente interna que se da, sobre todo, entre las propias fronteras regionales africanas, y que son y seguirán siendo necesarias políticas públicas activas, además de narrativas para contrarrestar los prejuicios frente a estos flujos.

Por mi parte, le trasladé al Embajador que en estos momentos en que la Unión Europea trabaja en consensuar el Pacto Europeo para la Migración y el Asilo, España debe incidir en que en ese documento se contemple la realidad específica de la llamada ruta atlántica. Ahí Canarias debe aparecer también como Región Ultraperiférica. Para eso también debemos reclamar un trato diferenciado.

Una de las autoras del estudio que se presentó como colofón de esta jornada es Marta García Outón, directora de la consultora GIASP Intelligence & Strategy. De lo que nos contó me quedo con que las migraciones presentan una oportunidad para España: la de liderar el proceso que asegure la estabilidad socioeconómica y política de nuestro vecindario. Anticipación, oportunidad y liderazgo fueron, precisamente, las palabras con las que martilleó nuestras conciencias durante su intervención. Nos recuerdan que -como ya he escrito en varias ocasiones- las migraciones no son, per se, un problema, que tenemos la responsabilidad de pensar y planificar a largo plazo y que nuestra vocación debe ser la de liderar y pensar una nueva política migratoria para Europa, más humana y beneficiosa para todos.

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