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No es siempre no

No es siempre no

Jueves, 1 de enero 1970

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El derecho a la defensa es sagrado, pero hay defensas que no tienen derecho. Sobre todo aquellas que, sin razón y sin pruebas, tratan de convertir a las víctimas, ante un tribunal y ante la opinión pública, en acusadas o sospechosas. Una mujer violada, con la vagina desgarrada y con todos y cada uno de los signos del vandálico acto de la Manada, por muy puta que sea, como han intentado demostrar, que no lo es, sigue siendo una víctima que dijo «no» en un momento determinado de la juerga. Una decisión que cinco hombres como cinco castillos no respetaron.

Estamos hablando de cinco acusados, los que conforman la Manada, amiguetes de alcohol, fiestas, drogas y sexo, consentido o no consentido. Una pandilla, una sociedad casi secreta, al margen de sus vidas ordinarias, las que viven en Sevilla con sus familias, sus madres, sus mujeres y sus novias. Les une el deseo de escapar de lo cotidiano en juergas sin límite, allí donde nadie los reconoce, donde pueden emborracharse en medio de un botellón institucional sin llamar la atención y para el que ligar y follar es una norma cuando salen juntos.

Su afición al WhatsApp los ha delatado. No era la primera vez que se veían envueltos en sucesos de este tipo después de pasar toda la noche de juerga. Lo que hicieron en manada a una joven de 21 años dentro de un coche en Pozoblanco (Sevilla). Está grabado en uno de sus móviles. Todos toqueteaban los pechos de una mujer inconsciente, la besaban y hacían comentarios vejatorios. Un vídeo que es comentado en el chat de la Manada y en el que se mofan de la joven y ponen en valor la heroicidad sexual de algunos de los miembros del grupo.

Lo volvieron a hacer dos meses después, en los Sanfermines, a una joven madrileña de 18 años que comenzaba su mayoría de edad. Los cinco acusados de violación, robo con intimidación y delito contra la intimidad en Pamplona hicieron más, mucho más. Violaron a una mujer indefensa, pero también, como una jauría animal, lo hicieron colectivamente, lo grabaron en el móvil, compartieron los vídeos y se jactaron de ello en WhatsApp. «Follándonos a una los cinco», «puta pasada de viaje», relataba uno de ellos en su chat la Manada. «Cabrones, os envidio. Esos son los viajes guapos», jaleaba un amigo desde Sevilla en el grupo, entre los que se encuentra un soldado y un guardia civil.

Los Sanfermines es el hábitat perfecto para el anonimato, para toquetear, coquetear, ligar y perder la cabeza para, terminar saltándose todas las reglas ante el «no» de una mujer. Por eso lo escogieron como punto de destino en el que dar rienda suelta a sus ya habituales comportamientos, un tanto aberrantes y delictivos.

Pero «no, es siempre no», en el sexo y en la vida misma. No respetarlo constituye una transgresión grave de la libertad, por muy borracho que se esté o por muchos signos que la otra persona nos haya enviado sobre su disponibilidad para el ligue. Si en ese proceso de una relación, aunque sea de minutos, alguna de las partes se arrepiente, la otra está obligada a respetar el «no» o la huida, e incluso a interpretar los signos del «no», muchas veces expresado con los ojos y con el cuerpo.

La norma es para todos, sea quien sea quien pronuncie el «no», cualquiera que sea su orientación sexual, su condición o su vida privada, o el hecho de que sea considerada «ligera de cascos», como algunos han afirmado en este proceso, o se dedique a la prostitución, como han querido dejar de manifiesto los abogados de la defensa en el juicio que se sigue en Pamplona.

No tiene explicación que el juez que negó admitir como pruebas de cargo en el juicio los mensajes compartidos por los acusados y sus amigos por WhatsApp, en que se vieron indicios de otro posible caso de abuso sexual, admita ahora un documento elaborado por un detective privado que se centra en la vida anterior y posterior de la víctima. Un informe sobre el pasado de la joven, sus gustos, sus novios y sus escarceos amorosos, con el que tratan de demostrar que es «una puta», una «facilona» que consintió que cinco hombres adultos la penetraran una y otra vez, por turnos en un portal, grabaran la vejación, le robaran el móvil y la abandonaran. Un informe que trata de decirle al tribunal que no ha pasado nada, que la chica sigue su vida con normalidad, que no está traumatizada. La superación de un trauma se convierte aquí en arma arrojadiza contra la víctima.

No parece de recibo que un tribunal de justicia permita, que en el desarrollo de un juicio, el foco se ponga en la víctima y no en los verdugos, rechazando el contenido de los chats en los que se jalean unos a otros por sus hazañas sexuales en grupo. Un juez que está admitiendo cierta predisposición, quizás porque para él la víctima también sea la culpable de la situación que vivió, quizás porque tonteó y flirteó ante un grupo de sevillanos, borrachos, simpáticos y hombres como armarios que halagaban la belleza y la juventud de una chica que disfrutaba de sus primeros Sanfermines.

Imaginemos que sí fue así; y que a ella le fuera la marcha. Que consintió el tonteo. Que se morreó con uno, con dos con tres.... o con todos. Hubo un momento en el que dijo «no» y ese momento no fue respetado por un grupo de matones de adultos insertados en la sociedad con valores y cierto nivel de educación. Ni uno solo de ellos fue capaz de pensar, de parar, de impedir seguir. Todo lo contrario, se jalearon mutuamente en una orgía que nunca debió llegar a ser una violación.

El sistema judicial, los jueces, no son impermeables al machismo, pero deben ejercitar su conciencia en los valores que la sociedad moderna establece, que, además, están tipificados como delitos y en el que las víctimas deben ser protegidas de cualquier injerencia en sus razones y su dolor. Pero la realidad es que muchas víctimas de violaciones están obligadas a justificarse a sí mismas, escuchando argumentos contra ellas, de cómo vestían, o de cómo sedujeron a sus violadores. Las mujeres sienten, con toda la razón, que en los juicios contra ellas, les cuesta mucho más demostrar su inocencia. Sienten, y con razón, que para ellos es más fácil darle la vuelta a la tortilla ante un tribunal y ante ciertos sectores de la sociedad.

Los miembros de la Manada tienen derecho a un juicio justo, pero lo que no puede, ni debe un tribunal, es que, a través de las argucias procesales, la víctima acabe siendo la acusada. El tribunal está obligado a evitar daños añadidos, sobre todo, como es en este caso, las pruebas existentes, los vídeos y los testimonios de las personas que la recogieron de la calle, apuntan a que dice la verdad, que no se está inventando una historia. El mismo hecho de que la vista se esté celebrando a puerta cerrada, supuestamente para proteger a la víctima, se está convirtiendo en un obstáculo para que la sociedad pueda valorar la situación que se está creando. La opacidad nunca ha sido una buena aliada de la Justicia, todo lo contrario, admite la discrecionalidad, y en muchos casos la injusticia.

«Los miembros de la Manada tienen derecho a un juicio justo, pero lo que no puede, ni debe un tribunal, es que, a través de las argucias procesales, la víctima acabe siendo la acusada»

«Imaginemos que sí fue así; y que a ella le fuera la marcha. Que consintió el tonteo. Que se morreó con uno, con dos con tres.... o con todos. Hubo un momento en el que dijo ‘no’ y ese momento no fue respetado por un grupo de matones de adultos»

La arista

Director adjunto y director de www.canarias7.es

Manuel Mederos

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