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Los niños de la playa

Los niños de la playa

«Las Canteras se ha vuelto a reafirmar como la mejor medicina para una población que la sabe suya»

Jueves, 1 de enero 1970

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Superado el confinamiento hemos vuelto a la playa. Hasta de eso nos privó el virus, de ese lugar que, como decía el recordado José Luis González Ruano, para nosotros los isleños es una liberación, un espacio sin límites, el sitio donde animamos cada día la belleza de nuestra memoria. La hemos recuperado y, no podía ser de otra manera, el reencuentro ha sido jubiloso. Hemos regresado a la orilla y hemos vuelto a ampliar el horizonte, plantándonos ante el océano, que igual que nos aísla nos brinda, también, el camino de encuentro con pabellones de todas las banderas. Y ella, la playa, se ha entregado nuevamente a nosotros y regalado todo su esplendor. La mejor imagen de esa grandeza la muestran los chiquillos, exultantes, solazándose en la arena, zambulléndose y dejándose batir por las olas, correteando arriba y abajo con felicidad desbordada. Las Canteras se reafirma, una vez más, como la mejor medicina para una población que la sabe suya y la hace suya.

De lo mucho que hay que aprender de esta pandemia que aún nos asola es, también, del valor de la playa, de Las Canteras. Acostumbrados a tamaño monumento, con frecuencia, por sernos tan cotidiano, no le prestamos la suficiente atención, ni valoramos cuanto nos ofrece, que no es solo el arenal y el mar, por encima de todo, sino cuanto, además, le rodea y que, demasiadas veces, sufre desatención, cuando no desidia y abandono. Es evidente que su belleza natural eclipsa otras, pero que este reencuentro, tras la abstinencia obligada, sirva para poner en valor esos otros monumentos que la acompañan, como esas fachadas que jalonan el paseo, muchas desconchadas por la agresiva maresía; algunos conjuntos escultóricos que se reparten de La Puntilla a la Cícer, los hay casi ocultos por una vegetación descuidada, como Los niños de la Barra de Juan Bordes; o esas zonas anexas, todo un lujo abandonado que desanima e invita al tránsito rápido por la mayoría de sus calles.

Pero, por encima de todo, Las Canteras ha vuelto a hacer valer su condición de, más que nada, playa vecinal, una condición que la enaltece y le da mayor atractivo. Dicho quede cuando hace bien poco, hasta antes de la pandemia, la burbuja de alquileres vacacionales iba camino de ponérselo más difícil a los paisanos de siempre. Pero así pasen los años, pervive como tal. Ya Manolo Millares, el genial pintor grancanario, fallecido en 1972, hacía referencia en sus Memorias de infancia y juventud al proceso de ocupación progresiva de su espacio natal, la playa de Las Canteras, que iba pasando de ser «playa familiar» a ser ocupada por «ingleses coloniales de medio pelo» y usó el vocablo «desafuero» para designar ese fenómeno. Pasado el tiempo si algo sigue demostrando Las Canteras, pese a los embates, es que es inclusiva y homogeiniza. Cabemos todos sin distingos, aquí la fractura social apenas se intuye. Valorémosla como tal.

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