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La fuerza de la costumbre

Las venas abiertas ·

Miércoles, 15 de julio 2020, 14:45

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Hay una entrada en los diarios del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, fechada en 1991, que es estremecedora: habla de cómo la violencia, letal en aquel país, se había naturalizado hasta el punto de que en las tres facultades de Medicina de Medellín había cuerpos de sobra para trabajar en las clases de anatomía. Y que la mayor preocupación de los estudiantes era que les tocara un sicario, por lo natural más jóvenes y con los músculos mejor definidos, lo que facilitaba su tarea.

No hay nada más peligroso que la fuerza de la costumbre. Esa rutina que acaba dando carta de naturaleza a lo que se repite con frecuencia. Que por lo general es poco ejemplificante.

Casos tenemos cada día a toneladas. Sucedió un buen ejemplo de ello en Santa Cruz de Tenerife, con una moción de censura a la que le faltan explicaciones políticas y proyectos convincentes y le sobran gotas de arrogancia y la necesidad de ostentar el poder como una cortina que tape las vergüenzas.

En Canarias nos hemos acostumbrados a que Coalición Canaria imponga su narrativa. No es especialmente elaborada. Se trata de gobernar y de establecer unos cinturones de seguridad alrededor de las clases dominantes de las islas; así ha sido desde su nacimiento en 1993, cuando aparecieron directamente para gobernar, vaya por Dios, también con una moción de censura como elemento disruptivo.

«No hay nada más peligroso que esa rutina que acaba dando carta de naturaleza»

En el salón de plenos de Santa Cruz de Tenerife, la auténtica patria de CC, Bermúdez recordaba que había ganado en votos las elecciones como si eso hubiera sido importante alguna vez para un partido que se estableció en la Presidencia del archipiélago desde 2007 hasta 2019 sin ganar unos comicios.

La costumbre es perversa. En todos los oficios y segmentos sociales. En este de juntar letras, por ejemplo, donde los hay firmando panegíricos por encargo desde hace décadas y todavía se ofrecen como los portavoces de la decencia y la verdad verdadera mientras ingresan en su cuenta cada mes por hacer proselitismo en todas las tertulias.

Y por supuesto en todos los elementos políticos que ocupan titulares y encabezan tuits. Esos que camuflan en eufemismos como autocrítica sus fracasos sin pensar en ningún momento en corregir las inercias que, poco a poco, atornillan a la intrascendencia proyectos políticos que prometían ser renovadores no hace tanto tiempo.

Estos días volví a encontrarme con Il Divo, esa poesía visual de Paolo Sorrentino en la que se retrata parte de la eterna carrera política de Giulio Andreottí, siete veces presidente del Consejo de Ministros italiano. Un tipo que falleció nonagenario, pasando en limpio todas las cruzadas judiciales en las que se vio envuelto en el periodo más violento de la política italiana, y un señor que dejó una frase extraordinaria: «El poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene».

Y es una realidad, los que no lo tenemos solemos dejarnos llevar por la fuerza de la costumbre y, por simplificar las cosas, dejar que ganen los malos

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