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Mientras leía estos días la entretenida novela 'Igual que ayer' (Libros del Asteroide), de Eduard Palomares, me vino a la mente una parte de La Isleta, en la capital grancanaria. Y eso que la ficción de escritor y periodista transcurre en Barcelona.
En un momento dado, el protagonista que aspira a ser detective privado recibe el encargo de infiltrarse en una asociación de vecinos del Raval, sin saber qué es lo que tiene que averiguar. Los integrantes del grupo quieren poner de manifiesto la cruda realidad del barrio, en manos de especuladores, infiltrándose en un narcopiso. Quieren fotografiar el terrible panorama de esos enclaves que, dicen, los especuladores alientan para después hacerse con el inmueble por cuatro perras, derribarlo y dar el pelotazo con una nueva construcción.
Si Jordi Viassolo, el protagonista de esta ficción, y su compañera de aventura quisieran entrar en un narcopiso, en la capital grancanaria lo tendrían fácil. En la calle Atindana –zona de Andamana y a un paso de Manuel Becerra–, a la vista de todos y para desesperación de unos vecinos que llevan meses denunciándolo, un edificio abandonados tiene esta función, a la vista de todos, y los que transitan por el mismo han convertido los solares adyacentes en un foco de basura, desperdicios e insalubridad. La convivencia del vecindario con esta realidad es una utopía, como es lógico. Pero parece que ni al Ayuntamiento ni a las fuerzas del orden les importa. Nadie se merece esto. Ni los que acuden en busca de las dosis de turno para hacer más llevadero su terrible día a día ni los que no pueden llevar una vida tranquila al lado de este infierno.
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