Solemos quedarnos con la anécdota o con la actualidad pura y dura, pero hay noticias que esconden, muchas veces de forma velada, un tejido propicio ... para la reflexión. Esto sucede, por ejemplo, con el anuncio de que el rey emérito Juan Carlos I ha presentado una demanda por supuestas injurias y calumnias contra Miguel Ángel Revilla, hoy expresidente de Cantabria.
Más allá de que ni uno ni otro sean santos de mi devoción, ni ahora ni antes, este caso tiene miga y de la misma extraigo al menos dos lecturas.
Por un lado, más allá de que tenga razón o no Revilla en sus afirmaciones, esta demanda pone de manifiesto algo que muchos han olvidado hace tiempo. Hay que ser consecuente con lo que se dice en público. Una cosa es el ámbito privado, con la familia y amigos, y hasta la barra de un bar en una tarde, mañana o noche 'divertida', y otra muy distinta es soltar lo que se piensa, sin pruebas, en las redes sociales o ante los micrófonos de los medios de comunicación.
El Gobierno del Estado lleva tiempo advirtiendo que quiere poner en marcha una serie de medidas para 'controlar' a los medios de comunicación porque, asegura, están plagados de 'noticias falsas' y malintencionadas. Esta demanda pone de manifiesto que ante estas supuestas falsedades no hace falta la puesta en marcha de nuevos métodos para amordazar a los medios, porque para eso está la Justicia y solo hay que acudir a ella. Eso sí, sería un detalle, si el Ejecutivo quiere potenciar la defensa al honor y la libertad de expresión, que dotara a la Justicia de más efectivos para que los casos no se dilaten en el tiempo, como sucede ahora.
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