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Vecinos extraños

Ultramar. «El ‘boom’ del alquiler vacacional evidencia la necesidad de desarrollar un modelo turístico sostenible» Vicente Llorca

Sábado, 28 de abril 2018, 09:00

El Ayuntamiento de Palma ha decidido esta semana prohibir el alquiler de un piso o apartamento a turistas en la capital balear. Es la primera ciudad española que decide delimitar de forma contundente el alquiler vacacional, cuyo boom, de un tiempo a esta parte, ha disparado los precios de los arrendamientos en las zonas turísticas, hasta el punto que se está provocando el destierro al extrarradio de residentes tradicionales en zonas céntricas y se barrunta una nueva burbuja, vista la fiebre desatada.

A ello se une la avalancha multimillonaria de turistas que han arribado en los últimos años a España y Canarias, en particular, como consecuencia de la crisis de seguridad que se vive en numerosos países competidores, acentuando la apuesta por el turismo de masas, sobre el que se ha soportado nuestra economía y que ha ayudado a esos incrementos artificiales en los precios de los alquileres. Bien es cierto que algunos de esos millones son prestados y que, más temprano que tarde volverán a esos lugares hoy asolados por conflictos; de hecho, ya se vaticina una caída, pero, aún así, es urgente reflexionar sobre el modelo turístico actual de cara al futuro, antes de que los episodios de turismofobia que este pasado verano se registraron en algunos lugares de España y Europa lleguen aquí.

Barcelona, Lisboa, Amsterdam ya cuentan con tasas turísticas por pernoctaciones y ahora Palma va más allá con esa prohibición del alquiler vacacional en pisos y apartamentos, con la pretensión de no entregar el centro de la ciudad al turismo. Es preciso equilibrar los sucesivos récords turísticos y la paz vecinal, como también lo es estar alerta para no morir de éxito. El turismo de masas está amenazando con hacer desaparecer la esencia propia del territorio y esa despersonalización, más temprano que tarde, hará que el destino sea menos interesante para los potenciales visitantes e inhóspito para los lugareños, que terminan siendo extraños en su propia ciudad.

Amsterdam ha decidido devolver la ciudad a sus residentes y ya ha tomado medidas drásticas, y a la radical subida del impuesto turístico ha sumado prohibir también la apertura de nuevos establecimientos dirigidos solo a visitantes que han generado, en acertada definición del geógrafo Rubén Naranjo, la disneylandización de su entorno. De eso sabemos algo, o bastante, también nosotros y nuestro paisaje. Se construye para el visitante y no para el residente. Parece claro que suenan las alarmas que avisan de la perentoria necesidad de activar mecanismos que apuesten por un modelo sostenible en el que la convivencia perviva, con una regulación clara que evite que la proliferación de plataformas como Airbnb, Wimdu, Homeaway... disparen los alquileres, desaten la voracidad e impongan cambios radicales en la vida tradicional.

En resumidas cuentas, por ejemplo, que el encanto de la playa de Las Canteras, además de ser joya natural, es por su condición de urbana y vecinal. Ese es su patrimonio, ahí está su encanto.

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