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Un par de vinos

Viernes, 21 de septiembre 2018, 13:03

Un japonés, cuyo nombre no recuerdo y paso de mirarlo en Google, será el primero en ir a la Luna con un billete comercial. Una misión tripulada prevista para 2023 en la que al parecer quiere el millonario invitar a un grupo de artistas o a amigos. El hombre estará satisfecho. Pero yo no lo envidio. Lo que motiva que sea noticia e insufle su ego por aquello de ser el primero, no le veo ningún divertimento. Al contrario, cada vez estoy más convencido que la felicidad está en las pequeñas cosas. No es que tenga respeto al viaje, que seguramente lo tenga como tantos otros, es que simplemente no me atrae. Aunque decir esto en un mundo plagado por los videojuegos, el último cacharro tecnológico y el televisor multicanal, sonará políticamente incorrecto. Para mí la felicidad es otra cosa. Y en vez de ir acompañado o no a la Luna prefiero algo mucho más corriente (pero feliz) como tomarme unos vinos y un buen almuerzo al disfrute de una conversación interesante. Luego si lo prefieren pueden rematarlo con un paseo por Las Canteras o una siesta como marcan las buenas costumbres. Pero ya está.

Aún recuerdo a algunos exhibiendo ante la familia y los amigos sus primeros teléfonos móviles. Eran los años noventa. Y lo habían conseguido con las primeras facilidades del banco. Eran armatrostes. Lucían la novedad y eso, según ellos, les hacía especiales. Era una felicidad falsa, la misma que es instantánea cuando piensas que todo es comprar en una galería comercial. Pasas la tarjeta, sonríes y en unos minutos vuelves a ser nadie. El problema está en ti. En realidad, aquellos escuetos asalariados que se rascaron el bolsillo por el cachivache eran unos desgraciados. De hecho, ha pasado el tiempo, han venido otras novedades tecnológicas y sus vidas siguen estando igual de estancadas. Son esclavos tecnológicos. Masa moldeable para cualquier campaña de publicidad que se precie.

Hay institutos en Canarias en los que cuesta dios y ayuda que los alumnos aparquen los móviles. Y en sus casas muchos se sienten frustrados si los padres no atienden la última petición del cacharro de turno para que no se perciban menos que el otro en el aula. Una locura colectiva en la que participamos todos. Es el apogeo de la sociedad de consumo. Así que mejor quedarse con las pequeñas cosas. Con tener unas vacaciones en las que no suene el despertador, tomar algo sin más, dormir plácidamente o ir al mercadillo con la tranquilidad del fin de semana. Puede que suene anodino, no lo dudo, pero es la esencia de la vida con sus detalles. El resto es un añadido. Y como en los escaparates, mucho sobra. Les regalo la Luna.

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