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Óscar Puente, alcalde de Valladolid, adquirió hace medio año cierta popularidad a nivel nacional porque se negó a que el Ayuntamiento pagase el caché que pedían los representantes de la cantante Rosalía. Ella empezaba a ser la artista del momento y ahora goza de una proyección planetaria, pues se la rifan en los grandes conciertos en todo el mundo.

En marzo de este año, Óscar Puente tuvo que aguantar un chaparrón de críticas porque defendía que por muy artista que sea Rosalía, su municipio no estaba como para pagar el medio millón de euros que le pedían por la actuación de la cantante catalana.

Miren por dónde, eso mismo es lo que acabó abonando el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife por una actuación de Juan Luis Guerra en sus carnavales. Un pago que se hizo de manera extremadamente diligente y a través de un profesor de baile reconvertido en representante artístico y respaldado por una emisora de radio -Cadena Ser- que aparecía en primera instancia como la receptora de los pagos.

Las comparaciones son odiosas, y quizás más cuando de arte se trata, pero pensar que Juan Luís Guerra tenga un caché superior al de Rosalía a fecha de hoy se hace difícil. Otra forma de verlo es la siguiente: cada santacrucero pagó dos euros y medio al tal Alfredo Moré, pues eso es lo que tocaría por cabeza.

El asunto parece tener miga no solo por el coste sino por las prisas con que se tramitó el expediente, la existencia de dos pliegos de condiciones técnicas, el papel de ese intermediario y la presencia de una cadena que lo mismo pone música que organiza conciertos o intenta presentar a los denunciantes del caso Grúas como unos desalmados y a Fernando Clavijo como un misionero del Domund.

Da la sensación en todo caso que estamos sólo ante la punta del iceberg y que bajo el agua hay mucho más. Quizás ahora empieza uno a entender mejor por qué había tanto pánico ante el cambio de régimen en Santa Cruz, en Tenerife y en toda Canarias. Porque parece que en lugar de un “tamayazo” (Vidina Espino dixit), en Santa Cruz deberíamos hablar de un guerrazo, que es como habría que llamar al milagro de tramitar a la velocidad de la luz un expediente de medio millón de euros por dos horas de música, con cantidades que no coinciden en los papeles oficiales y con una carta de presentación del intermediario que obliga, como mínimo, a preguntarse por qué el avalista es el mismo que iba ser beneficiario del primer borrador de contrato.

Quien desvele el misterio tiene premio...

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