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Tengo un máster

Papiroflexia. « Como nunca tuve la vida resuelta, no me quedó otro remedio que estudiar» Alberto Artiles Castellano

Jueves, 12 de abril 2018, 09:07

A riesgo de quedar como un paria, tengo que reconocerlo. Tengo un máster. Fui siempre a clase, o casi, a pesar de conciliar con esfuerzo ese tiempo de estudio con mi trabajo. Menudo pardillo. Quizás por titulitis, la inseguridad del mercado laboral o simplemente por conocimiento, me decidí por seguir estudiando a mis treinta y largos. Pero ahora dudo si habrá valido la pena los meses de madrugones, largas jornadas en el aula, horas de sueño delante de un ordenador, el trabajo final de máster... Un A+ nos pusieron, tan orgullosos, a mi compañera Odra Rodríguez y a mí. ¿Para qué?

Mis padres siempre me dicen que la mejor herencia que me han dejado es el conocimiento. Y como nunca tuve la vida resuelta, no me quedó otro remedio que estudiar mientras otros pasaban las tardes dando patadas en una cancha soñando ser Romario o Raúl. Jugando a los videojuegos en los salones recreativos (ahora caigo en que me estoy haciendo mayor) o, los más precoces del barrio, de menudeo en el parque. Siempre soñé con licenciarme (otra mención viejuna) y conseguir mi primer trabajo tras salir humeante aún de la facultad. Y, ojo, nunca he dejado de trabajar. Quizás por mi pasión por lo que hago, por mi compromiso sin mirar el reloj, y porque, como apunté antes, nunca tuve la vida resuelta.

Ahora dudo si tanto tiempo y sacrifico, aún en plena madurez, ha tenido recompensa. Porque la meritocracia es un valor en desuso en un sistema que pocas veces recompensa el valor del esfuerzo. Triunfa el cuñadismo, el chiste fácil, el árbol genealógico. Habilidades que no se enseñan en la facultad. Mentir en el currículum no está directamente prohibido por la ley. Sin embargo, dar información falsa puede ser motivo suficiente para rescindir un contrato, especialmente para abogados y médicos. Y debería extenderse al resto de las profesiones. También la de político. Sobre todo la de político. Pero en España el verbo dimitir ha dejado de conjugarse. Porque es responsabilidad del empleador verificar la información proporcionada, pero si tienes apellido no pasas por recursos humanos.

Mientras, la gente que nos hacemos llamar ‘normal’, esa que se levanta, se va a trabajar cruzándose en el ascensor con el del quinto, hace sus 10 horas diarias aunque ponga 6 en el contrato, paga sus impuestos y es multada sin derecho a súplica por llegar tarde dos minutos a la zona azul, no nos queda otro remedio que seguir esforzándonos en nuestra jornada laboral, yendo a clase o esperar un golpe de suerte en la administración porque no nos regalan nada. Tampoco un máster.

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