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Nos decía un antiguo entrenador, extrañamente sensibilizado con el colectivo arbitral, que el colegiado es el enemigo de todos y el amigo de ninguno. De esto me acordé una vez acabó el clásico del domingo. Se repitió incesantemente que este Barça-Madrid iba a ser descafeinado, un derbi intrascendente. Que no había nada por lo que luchar ya que unos estaban pensando en la Champions y otros, en el Mundial. Pero había un hombre que sí se jugaba mucho, un conejero llamado Alejandro José Hernández Hernández. La asignación del lanzaroteño para un encuentro con esa repercusión mundial se acogió con alegría entre los canarios. Este árbitro, a sus 35 años, está considerado como uno de los colegiados con más proyección de Europa y así se demostró con su elección para dirigir el partido más importante del curso en Primera.

Él mismo lo veía como un merecido premio a un gran año, pero no sabía lo que le esperaba. Su sueño se tornó en pesadilla desde la primera trifulca. Con la pelea de Alba y Modric perdió el control del partido. No tuvo su noche, está claro, pero los jugadores de ambos equipos, esos que son referencia para tantos y tantos niños, hicieron lo posible para que así fuese. Exageraciones, engaños, teatros y continúas presiones. 90 minutos de tortura para que después las tertulias y los análisis deportivos terminasen por lapidar al pobre hombre.

Casi todas las portadas de la prensa nacional le señalaron como el culpable del lamentable espectáculo que se vio en el Camp Nou. Nada dicen de los verdaderos protagonistas, aquellos que con sucias artimañas amargaron la noche a Hernández Hernández. Bueno sí, se les aplaudió los abrazos en los que se fundieron unos y otros tras el pitido final. Como si esos gestos fueran suficiente para borrar todo el esperpento anterior.

Por supuesto, ningún gesto cariñoso fue para Alejandro. Él y sus ayudantes tuvieron que abandonar el césped cabizbajos entre los insultos de la afición y la crítica de los futbolistas. El Barça continuará celebrando su doblete y su condición de invicto. Y el Madrid preparará su tercera final europea seguida con la satisfacción de haber zarandeado al eterno enemigo en su feudo. Todos contentos. Todos, menos uno. Hernández Hernández fue el único que salió derrotado del partido del año. Y él no tiene una afición detrás que le dé una palmada en la espalda y le diga que una mala noche la tiene cualquiera. Él, como el resto de los árbitros, está solo contra el mundo.

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