El ruido y las terrazas
...y los gatos tocan el piano ·
En más ocasiones de las deseadas, la clase política dirigente intenta llevar a cabo sus «ideas», creyendo que son tan buenas que nadie se opondrá a ellas. Ya no se trata solo de falta de empatía, de ponerse en el lugar de los demás, sino que parece que en esas cabezas no cabe nada más brillante que su última ocurrencia. Un ejemplo reciente es el de cambiar el nombre de una calle en la capital tinerfeña para dedicarla al equipo de fútbol local. La gran noticia, se trataba de un homenaje al club por su centenario, ocupó titulares de prensa y tertulias, pero a nadie se le ocurrió preguntar a la vecindad. Y resulta que no, que a quienes viven en esa calle les gusta el nombre que tiene y no quieren renunciar a él, ni siquiera por el equipo «representativo» que, a a esta gente, no le representa. A todas estas, la UD debería poner las barbas a remojar.
En la capital grancanaria pasa exactamente más de lo mismo. Hay quien cree que para que a ciudad esté «viva» tiene que haber alaridos cerveceros las 24 horas los siete días de la semana. Pero resulta que hay quien se queja por el ruido de los carnavales, por el ruido de las terrazas, por el ruido de la música en directo o por el ruido de los voladores. Se quejan de que se cierre su calle por un macrobotellón municipal, y se quejan de la basura, los meados y los vómitos que conlleva.
Llamen a esa ciudadanía aburrida, triste, monótona, simplona. Díganle que no está al día e incluso piensen que son egoístas, que solo desean llegar a casa para descansar, en lugar de velar por el negocio de los sufridos (siempre en masculino) empresarios que crean trabajo y riqueza sin fin, como salta a la vista en Canarias.
Pero lo cierto es que viven en esta ciudad, pagan impuestos en ella, votan y tienen tanto derecho a ser escuchados y a decidir cómo quieren que sea su barrio como el resto, o incluso más, porque quizás quien defiende que las terrazas de una calle tienen que poder abrir hasta el amanecer vive en una de esas zonas chic de la ciudad que solo sirven para ir a dormir.