El poder de las palabras
Rosa Santa-Daria
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 15 de junio 2025, 23:06
«En aquel momento se me hizo real y evidente el poder de la lectura. Mientras tuviera delante las palabras, nadie podría controlarlas ni controlar ... lo que yo obtuviera de ella». James, Percival Everett
Para estar informada y para conocer distintas opiniones, leo cada día un periódico nacional y otro autonómico, y veo un telediario. Para evadirme de tanta dosis de violencia real leo novelas y veo programas de entretenimiento, quedo con amigos, hago deporte, hablo mucho, cuido de mis plantas, agradezco cada día la buena gente que me rodea y lucho por seguir siendo feliz.
Intento entender por qué el acceso al poder se ha convertido en el único objetivo de muchas personas que solo quieren limitar los derechos de los demás para aumentar los suyos. Intento entender por qué el culpable utiliza todo lo que tiene a su alcance para convertirse en víctima. Intento entender por qué la mitad de la población aplaude esas conductas sabiendo que todo va a ir a peor para ellos. Y no lo entiendo.
Sin embargo, sí veo con claridad las maniobras de control que llevan a cabo los que están o desean estar en el poder para limitar derechos.
Todo empieza con el intento de invisibilizar a los mayores porque ellos sí que pueden demostrar los cambios sociales que han vivido. Ellos sí saben lo que significa la palabra libertad porque carecieron de ella durante muchos años, ellos sí saben el poder de la palabra porque les impusieron silencio. Ellos sí saben lo que significa pasar hambre y no acudir a la escuela.
Al mismo tiempo se intenta controlar a los jóvenes con el desconocimiento de la Historia, con las redes sociales y los algoritmos, con el individualismo que este espacio virtual alienta, con la ignorancia alimentada por las sucesivas leyes educativas, con el deterioro de lo público para justificar el negocio de lo privado, con la imagen lamentable que dan los políticos utilizando el insulto como arma de confrontación y fomentando que la juventud no vaya a votar porque cree que nada va a cambiar.
Por suerte hay jóvenes bien formados, solidarios y empáticos. Por suerte hay mayores que siguen luchando por la memoria histórica. Por suerte hay una parte importante de la humanidad que hace lo posible y lo imposible para defender los derechos adquiridos dentro y fuera de sus fronteras territoriales.
¿Qué hacer para parar esta exposición permanente de odio?
Los ciudadanos debemos estar bien informados, contrastando información y evitando resúmenes que hacen los que desean manipular. La formación debe ser exigente, con un profesorado dispuesto a enseñar y a dejar de infantilizar al alumnado. Los servicios públicos deben ser intocables independientemente de quienes gobiernen.
Los medios deben equilibrar la información que transmiten dando espacio a las buenas noticias. Es inevitable hablar o escribir sobre guerras actuales, sobre tragedias naturales o conflictos provocados por la corrupción y las ansias de poder, pero también deben escribir y hablar sobre los pequeños logros de la humanidad, sobre buenas noticias, sobre personas que ayudan, que facilitan la vida de los demás. Así conseguiremos que los decibelios del odio y de la violencia verbal y física bajen para volver a creer en la suerte que tenemos por los derechos que tanto costaron a las generaciones que nos precedieron y que debemos dejar en herencia a las que nos seguirán
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