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Rajoy y García Lorca, impactos de infancia

Jueves, 1 de enero 1970

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El señor Rajoy, gallego y varias veces presidente del Gobierno español, pregona desde Costa de Marfil -acaso a bordo del patrullero Infanta Cristina- que desconoce las razones por las cuales el nombre del almirante Salvador Moreno fue sustituido del callejero municipal de Marín, Pontevedra, donde está ubicada la Escuela Naval. (Para La Voz de Galicia la permuta se hizo en la misma capital, no en Marín).

El señor Rajoy, exconcejal de la ciudad, expresidente de la Diputación Provincial de Pontevedra y varias veces diputado por la misma provincia mantiene indeleble recuerdo del almirante Moreno, quien dio nombre a la calle tan frecuentada durante la niñez y primera juventud del señor presidente. Por tanto, su rotulación anterior permaneció patrióticamente grabada en el subconsciente de un niño a quien nunca le contaron –ni leyó de pollillo y mayor- que el almirante Moreno fue uno de los sublevados (1936) contra la II República Española y su democrática Constitución. Jamás supo –ni como máximo responsable de la vicepresidencia del Gobierno- que Salvador Moreno ejerció durante la dictadura franquista, además, como ministro de Marina (1939-45 y 1951-57).

Tampoco se enteró el señor Rajoy –diputado en 2007 y 2008- del auto instruido por el hoy exjuez señor Garzón (octubre de 2008) contra treinta y cinco altos cargos del franquismo. Fueron imputados por los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad cometidos durante la Guerra Civil española y los años posteriores en la España de fusilamientos y terror generalizado: casualmente el almirante Moreno fue uno de los incriminados. El señor Rajoy, desconcertado hoy por el cambio de nombre, era líder de la oposición parlamentaria cuando la placa fue retirada (2007), se sustituyó por la nueva y comenzó (2008) el expediente (Audiencia Nacional). E, igualmente, mientras se discutía y al fin aprobaba en el Congreso la Ley 52/2007 (Ley de Memoria Histórica) a favor de quienes fueron asesinados o represaliados durante la Guerra Civil y la dictadura.

Y aunque hay amores que matan (Pontevedra lo declaró persona no grata –febrero 2016-), el señor Rajoy sigue escapándose a su pontevedresa terra amada a la menor oportunidad. Sin embargo no se percató del cambio registrado en 2008: la rúa pasaba a denominarse Rosalía de Castro, escritora y poetisa gallega (siglo XIX), figura emblemática en la restauración del galego como lengua literaria. Además, recogió su obra la denuncia sobre las durísimas condiciones sociales del campesiñado da súa terra. A la vez –connotaciones nacionalistas- reclamó la supremacía de la lingua galega sobre la española y la preferencia de Galicia frente a España.

No obstante, el señor Rajoy sigue emocionalmente anclado en el nomenclátor callejero anterior, pues «yo le sigo llamando así», es decir, Almirante Salvador Moreno. Tal arteria almirantada en honor a un golpista contra el orden constitucional y fiel servidor de la sangrienta España franquista es, por tanto, más que un volátil recuerdo del pasado: se conforma como presente actual («sigo», fecha del 30 de noviembre). Pero, además, presente también con valor de pasado: desde 2007 continúa su ritmo cardíaco con el nombre ya sustituido. Asimismo es presente con valor de futuro: nada hace sospechar que el señor Rajoy adoptará el cambio.

Definitivamente, por tanto, se trata de un presente gramatical en el cual se identifican tres tiempos reales (ayer, hoy y mañana) con un mismo contenido para el señor Rajoy. (Lo cual confirma un principio básico: el presente gramatical y el presente real no son exactamente lo mismo, de igual manera que sexo y género gramatical pueden coincidir en momentos, pero son ajenos uno al otro.)

Hablamos, en fin, del mismo señor Rajoy exministro de Administraciones Públicas, de la Presidencia, del Interior, de Educación y Cultura y propietario de una frase antológica («Del [petrolero] Prestige salen unos pequeños hilitos») cuando como portavoz del Gobierno se refirió (2002) al mayor desastre ecológico en la historia de la navegación marítima (72.000 toneladas de fuelóleo vertió en la mar frente a Costa da Morte: contaminaron dos mil kilómetros de costa gallega, portuguesa y francesa).

Realidades infantiles, por tanto, se almacenan allí donde el individuo apenas sabe de sus efectos. Y la propia literatura las hizo suyas (principios del siglo XX): es el caso del Grupo Poético del 27 en su etapa surrealista. La influencia de Freud resultó revolucionaria: para el neurólogo austríaco, el ser humano –desde su niñez- ha ido acumulando en el subconsciente imágenes, impulsos, experiencias, represiones... Debe, pues, liberarse de todo lo anterior para llegar a la llamada superrealidad, contenida en lo más hondo de la conciencia.

Y en ese estrujamiento del subconsciente, Federico García Lorca (asesinado en su tierra granaína por el bando rebelde, 1936), el más conocido miembro del 27. Hay recuerdos de la niñez pasada en el campo (Fuente Vaqueros) vueltos, a veces, complicadas imágenes poéticas del poemario escrito entre 1929 y 1930 y publicado con el título de Poeta en Nueva York (1940) cuatro años después de su muerte.

Así, en Intermedio, 1910 (NY, 1930) rememora realidades de infancia (tenía doce años). Compara hechos no vistos por él pero conocidos a su edad («enterrar a los muertos; feria de ceniza; corazón que tiembla arrinconado») con otros sí vividos y vistos (»blanca pared donde orinaban las niñas; hocico del toro; seta venenosa; luna incomprensible; tejados del amor con gemidos y frescas manos»...). Todo «en el sitio donde el sueño tropezaba con su realidad. / Allí mis pequeños ojos». La realidad, entonces, se va imponiendo: el niño de doce años en 1910 ya es un adulto de 32 en 1930. Pero, eso sí, ha conservado en el subconsciente muchos recuerdos –fúnebres o peligrosos; incluso cercanos tal vez, a lo sexual-.

Algún impacto infantil del señor Rajoy ni es rural ni con blancas paredes. Muy al contrario: se relaciona con la figura del sublevado almirante, ministro y represor franquista cuyo nombre rotuló una calle de Marín. Por tal razón, dice, «yo le sigo llamando así».

Voces, palabras

Nicolás Guerra Aguiar

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