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Puigdemont y la ingobernabilidad

Jueves, 1 de enero 1970

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Carles Puigdemont queda retratado para la posteridad como héroe para algunos y villano (golpista) para otros. Casi por partes iguales para los independentistas y constitucionalistas que habitan en Cataluña y son protagonistas, queriéndolo o no, del conflicto. Un trance político-jurídico que seguirá despierto pero en el que ya Puigdemont será poco más que un icono. Su paso a la primera línea fue, por así decirlo, casual. Recordemos que accedió a la Presidencia porque Artur Mas no contaba con el respaldo de la CUP en la sesión de investidura y estos pusieron como requisito desplazar a Mas que era, a fin de cuentas, delfín de Jordi Pujol. Su itinerario ha sido corto en el tiempo pero el necesario para ejecutar la misión del referéndum y la proclamación (con todas sus estridencias) de la república catalana en octubre de 2017, a través de la declaración unilateral de independencia (DUI).

La fuga (o exilio para otros) de Puigdemont es la estilada por un personaje que busca descaradamente quedar como mártir. Y más allá de su responsabilidad ante la justicia, que ahora tendrá que ventilar, ha habido un claro punto de frivolidad. Eso sí, Puigdemont es independentista desde primera hora. Cuando él estaba de alcalde de Gerona y aún existía CiU que se interesaba por pactar con el poder político de turno en Madrid, ya estaba afanado por lograr algún día la independencia. En eso fue coherente, nunca se escoró al posibilismo que tanto ejercieron los nacionalismos periféricos.

Por otro lado, este horizonte judicial complica el escenario político. A saber, que el PNV apruebe los Presupuestos Generales del Estado para 2018 y, por lo tanto, Mariano Rajoy se vea abocado a disolver las Cortes y convocar comicios adelantados. Porque el pulso independentista persistirá. Y el PNV, dentro de su teoría, no puede desoír lo que ocurre en Cataluña. Eso o, en el mejor de los casos para el PP, elevará la factura considerablemente. En fin, que hay una repercusión directa en el panorama político nacional.

En suma, con Puigdemont ya detenido y sometido a juicio, todo apunta a que seguirá la ingobernabilidad catalana, la vigencia del artículo 155 de la Constitución y habrá nuevas elecciones en Cataluña y, puede ser, que también generales antes de que acabe 2017. Lo único que frena a Rajoy es que sabe que al alimón de la tensión independentista seguirán vivas las expectativas de Ciudadanos, las mismas que amenazan con menoscabar seriamente al PP. Y en esto puede acabar Rajoy pareciéndose a Puigdemont: sacrificarse para beneficio de otros que no son los suyos. Es una lógica política cruel. Pero nadie controla ese destino. Arranca un nuevo episodio de un peligro para la normalidad que, incluso, enreda el estado de revista del sistema constitucional. Sin nacionalismos pactistas no se entiende el método exitoso de 1978.

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