Más del 62% de la población española está vacunada y, según desveló Ángel Víctor Torres hace unos días, en Canarias tenemos a más del 70% de nuestros vecinos mayores de 16 años inmunizados. Cuando comenzaron a administrarse las primeras dosis se hablaba de que el objetivo era llegar a finales de verano con la ansiada inmunidad de rebaño, y aunque el bajo ritmo inicial dio alas a la oposición que acusó al Gobierno de mentir e insuflar falsas esperanzas -yo mismo escribí por aquí que dicha meta era una quimera visto lo visto-, la llegada de más medicamentos y la ejemplar y conmovedora inmovilización de la sanidad pública para convertir en prioritaria la única arma que tenemos contra la pandemia, está convirtiendo en posible lo imposible.
Parece una mentecatez decirlo en pleno nivel cuatro como nos encontramos, pero ahora sí que el final de esta tortura en la que llevamos más de año y medio empantanados está muy cerca. En un par de meses el número de contagios dejará de ser noticia, porque aunque seguiremos infectándonos, la covid, esta vez sí, será como una simple gripe.
Porque el coronavirus no desaparecerá. Frenaremos su propagación, pero seguiremos enfermando por su culpa igual que de cualquier otro virus. Y también continuará muriendo gente, pero no al ritmo que obligó a Madrid a transformar el Palacio de Hielo en una morgue. Y eso nos permitirá volver a viajar, reunirnos, quitarnos las mascarillas, retomar las fiestas y, sobre todo, recuperar nuestra libertad. Esa que por salud se nos está siendo arrebatada. El fin está cerca y el primer baile, a la vuelta de la esquina.