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Todos seremos potencialmente viejos

Bardinia ·

Emilio González Déniz

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 17 de enero 2023, 11:45

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Esta ha sido para mí una semana muy intensa y apasionante, porque hemos podido celebrar en familia el 97 cumpleaños de mi padre. Ya sé que es un tema personal, pero me ha tocado muy de cerca al repasar ese recorrido desde 1926, y he visto como en una película que ese camino fue recorrido por todos sus contemporáneos, aunque muchos ya no están; la cifra está muy por encima de la esperanza de vida. En este caso, prácticamente todos los que compartieron un buen tramo de la primera parte de su vida, ya no están, y casi empieza a faltar su generación y la siguiente, de manera que se encuentran en un mundo que muchas veces hay que traducirles, porque los cambios del último cuarto de siglo han sido tan profundos como vertiginosos, precisamente cuando ya estaban fuera del mundo laboral.

Pero aguantan, unos a duras penas, otros haciendo el cascarrabias porque están llenos de dolores y limitaciones, y otros, como mi padre, con un estado de salud razonable, atendiendo a su edad, porque poder ser autónomos en movimiento, vista y oído permite estar al menos en el día a día con la familia, leer un periódico, hacer una llamada telefónica, escuchar la radio y la música y ver una película o un noticiario de televisión. Pero siguen midiendo con los baremos de hace un cuarto de siglo. Y es importante la conversación, sobre todo cuando, como mi padre, sigue enfrentando la vida con una sonrisa y mucho sentido del humor. Por ello creo cada vez más que es fundamental que los ancianos se mantengan en su entorno, con su gente, aunque estén en malas condiciones de salud, pero estamos muy lejos de conseguir eso, porque en el mundo actual las políticas de atención a las personas mayores se limitan a llevar de viaje a Benidorm a «los viejos más jóvenes y saludables» y poco más. El asunto es otro, y las administraciones se pasan la pelota, mientras proliferan residencias privadas con precios prohibitivos, con lo que los menos pudientes quedan al albur de las residencias públicas en una cola de años y un laberinto de burocracia, o en privadas que rozan el horror de una novela de Dickens.

Cada generación tiene su tarea, pero la nacida hace alrededor de cien años lo tuvo muy duro. Pasaron una infancia tremenda, algunos sin padres presentes por la emigración a Cuba. Luego la infancia y adolescencia en la guerra; los más viejos incluso integraron la llamada quinta del biberón, porque los enviaron al frente con 18 años porque se decía que el que no sirve para matar, sirve para que lo maten. Luego una postguerra miserable, cuando no esclavista (dependía de en qué lista figuraba para la dictadura), que se mordía la lengua o se escapaba a Venezuela. Esa generación fue la que puso su trabajo (8 horas seis días a la semana) para armar un futuro más parecido al de los países desarrollados, y en Canarias están sus huellas digitales en los emporios turísticos que nos han dado de comer algunas décadas (ya veremos hasta cuándo), en las carreteras, las conducciones de agua o la construcción de obras hidráulicas como la presa de Soria, hoy en el candelero.

Sin esa generación, Canarias (y España, por supuesto) no sería la misma. Aparte de los afectos familiares que tendrá cada uno, la generación nacida alrededor del período 1915-1930, ya casi toda desaparecida, merece el mayor de los respetos, hombres y mujeres, pues entonces las mujeres fueron las que mantuvieron en gran medida la agricultura y la ganadería, porque los varones estaban en la construcción, se habían ido a Venezuela, Bélgica o Alemania, buscando un respiro económico, o en las pequeñas industrias conserveras, o tabaqueras, donde también ellas trabajaron (pequeños focos

industriales que han desaparecido en su mayoría). Y luego la aparcería de los tomateros. Es un listado enorme, y hoy la vejez es tratada casi con desprecio por la sociedad en general.

Nos comparan siempre con la Europa más desarrollada, pero estamos a años-luz de ella. Recuerdo que, en 2011, en un noticiario decía que en Coblenza (Koblenz), una ciudad alemana del tamaño de Telde o La Laguna, habían evacuado 45.000 persona en el posible radio de acción de una bomba de la II Guerra Mundial sin explotar, que había sido descubierta en el fondo del río Rhin. Entre las evacuaciones, mencionaban siete residencias públicas de ancianos, es decir, la mitad de la urbe, que determina que habría al menos 14 residencias en total. Indagué, y los ancianos vivían con todos los cuidados, con tranquilidad y sosiego. Hay sistemas que consiguen lo que debe ser un servicio público que no se convierta en un negocio, como sucede aquí con la sanidad, la dependencia o la enseñanza. ¿Se imaginan que en una ciudad como Telde hubiera 14 residencias como Dios manda? En la capital serían… Impensable en este sistema en el que solo vale el lucro. Así que no nos camparen con Alemania, Holanda o los países Nórdicos. Insultan nuestra inteligencia porque aquí se ha impuesto el sistema americano en el que todo tiene que ser negocio: hospitales, escuelas, cementerios, residencias de ancianos; hasta las cárceles se están privatizando. Y eso es lo que tenemos que cambiar.

Esta semana me ha emocionado ver que mi padre goza de un privilegio que debiera ser un derecho para todos pero que no lo es. Casi diría que es cuestión de suerte, porque el destino ha sido generoso en este asunto, siempre con su familia y donde no es un mueble molesto, sino una cima que nos guía, no con sus discursos, sino con su silencioso y sonriente ejemplo de buena persona. El mayor homenaje que podemos hacerle a las generaciones que nos precedieron es respetarlos y cuidarlos. Cada vez que recuerdo las muertes en soledad y abandono en las residencias durante la primera ola del covid, me pregunto cómo una sociedad supuestamente democrática no ha encausado a los responsables. Pero no pasa nada y sobre eso sigue circulando una cómplice cortina de humo.

Lo más curioso, es que la gente parece olvidarse de que el tiempo pasa para todos, y el futuro solo tiene dos caminos: la muerte o la ancianidad. Todos envejecemos cada minuto que pasa, y es que parece que el ser humano ha perdido conciencia de su pequeñez y durabilidad. Y aunque ya lo he hecho de mil maneras, vuelo a felicitar a mi padre, que junto con mi madre (siempre presente aunque ya no esté), son dos de los seres humanos de los que más he aprendido, y sigo aprendiendo.

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