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Spain is different. Es una máxima manida, de uso coloquial y hasta tabernero, pero que me viene bien para el caso que les cuento porque suele usarse para retratar a la España más cañí. Lo dicho, is different, porque mientras que en Gran Bretaña te presenta la dimisión un diputado por llegar dos minutos tarde a la hora prevista para responder a una pregunta de la oposición, en mi país un cargo policial te sitúa dentro de una lista de políticos receptores de sobres con dinero de comisiones ilegales y tu liderazgo se ve reforzado en las encuestas electorales.
Eso es tan español, por más que les pese, como que dos millones de personas se tengan el esfuerzo de ir a votar para luego encomendar sus legítimas aspiraciones de independencia en un mesiánico con ambiciones de rey emérito, algo así como una monarquía republicana. Pero es también en mi país, ya más a pie de calle, donde vemos al vecino dejarse la mierda del perro en la acera, y miramos para otro lado; donde criticamos al corrupto mientras, si se tercia, engañamos al Estado en la declaración de la renta; o donde se permite un blindaje funcionarial por más probada que sea la incapacidad, la indolencia o la holgazanería del empleado de turno.
Es esa misma España, la de aquí, la España canaria, donde asistimos con insultante indiferencia colectiva al obsceno tráfico de cargos públicos que, de forma periódica, protagonizan los partidos para repartirse, como si fueran cromos, la presidencia del Tribunal de Cuentas, la del Consejo Consultivo de Canarias o el despacho del Diputado del Común. Ahora andan metidos en faena. Y lo peor. Tendrían un pase si quisieran enchufar a profesionales brillantes y en paro. No. Los usan como echadero dorado para sus viejas glorias, políticos muy respetables, no digo que no, pero que, con esas mañas, pasan de ser referentes a ser meros obstáculos.
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