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No es la agenda canaria

No es la agenda canaria

Jueves, 1 de enero 1970

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Se equivocan Ángel Víctor Torres y los socios del Gobierno sin creen que el recelo fundamental es que la no conformación del Ejecutivo nacional atasque la agenda canaria. No es eso. Que, sin duda, es importante. Sin embargo, el riesgo es otro y de mayor calado: el debate territorial va a determinar la próxima legislatura. Entre otras cosas, porque siempre quedó coleando en el texto constitucional (la incertidumbre alargada e inexorable del Título VIII y sus ambigüedades posibilistas) que mal que bien el Tribunal Constitucional ha ido capeando con el mecanismo jurisprudencial cubriendo las lagunas que el bipartidismo no pudo o quiso nunca resolver. Con todo, la sentencia del Estatuto de Cataluña quebró ese itinerario, colapsó el papel del Alto Tribunal como amortiguador de las tensiones territoriales. Ese cuento se acabó, no da más de sí. No puede estirarse más ese chicle que permitía hacernos lo remolones o mirar hacia otro lado. Y el reto soberanista catalán lo evidencia de una tacada y lo pone sobre el tapete.

Vivimos un ciclo protoconstituyente. Y Canarias no puede ir a remolque de las apetencias recentralizadoras de las derechas mesetarias (Ciudadanos y Vox) pero tampoco, todo hay que decirlo, ser comparsa o entidad subsidiaria en el conjunto de la reforma de La Moncloa que pretenda subsanar el jaque mate catalán si es que algún día se consolida. Este es, ni más ni menos, el enorme dilema que atañe al archipiélago y que tanto el Ejecutivo de PSOE, Nueva Canarias, Podemos y ASG como el debate practicado en Madrid deberán encarar.

¿Qué va hacer Torres? ¿Qué papel piensa desempeñar Román Rodríguez? La solemnidad del punto de inflexión al que asistimos supera, con creces, la cantinela de la agenda canaria y las partidas presupuestarias. Que viene a ser, mal que bien, similar monserga que permitía a CC tomar oxígeno político ante los ataques y la volatilidad producto del turnismo en Madrid.

Si Torres y Rodríguez, este último nacionalista, no asumen la complejidad de la disyuntiva histórica a la que estamos abocados, no pintaremos nada. Y la ilusión que generó el cambio en Canarias quedará en agua de borrajas y seremos testigos de la paradoja por la cual serán otros los que nos marquen el criterio político y, por supuesto, respondiendo a sus intereses y no a los del autogobierno canario. Por eso, si Nueva Canarias y Podemos no contribuyen por sí mismos a la conformación del relato político del Ejecutivo, acabarán subsumidos por el transitar diario burocrático cuya inercia dictamina naturalmente el partido más votado (PSOE). Y esto, a la larga, tendrá su repercusión electoral para cada uno de los socios del Gobierno.

Es un profundo error ceñirnos tan solo a la demanda de la agenda canaria, que hay que hacerla, faltaría más, cuando presenciamos que los cimientos del sistema constitucional del 78 se resquebrajan y obliga a repensar qué discurso aportará Canarias frente a la nueva etapa política. O asumimos, de verdad, en serio, la confusión del laberinto político que urge resolver o quedaremos relegados. Y saldrá muy caro.

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