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Parece como si quienes nacimos en pueblo y vivimos en la capital necesitáramos días con viento de popa o proa, lluvia fuerte, chubasco o un ... continuado chispichispi con tendencia a la birujilla para romper con la continuidad de la gran urbe. Y de inmediato volver a caminar por sendas, calles y veredas de nascencia desde pollillos tuteadas. (Por cierto: en Gáldar siempre escuché chispichispi, voz cuyo significado se relaciona con la lluvia muy menuda y continua, suave como el lomo de Platero. No obstante, dos palmeros -canarias.com- apuntan chipi-chipi, como en México y Guatemala. Y la birujilla se refiere a la casi imperceptible lluvia movida por el sereno aire.)
Da igual. Atronen los truenos con rudos y roncos ruidos; anochezcan los mediodías llevados a las oscuridades; serpenteen las serenas aguas hacia la costa sardinera bajo el centenario Puente de los Tres Ojos o se encaucen hacia el Barranquillo de Juan Delgado, las rutas del casco y barrios guardan en sus más puras esencias realidades personales. Solo y a solas con ellos compartí especiales momentos. También marcaron para siempre maneras de ser, de comportarse, de sentir, de amar, de querer…
Por suerte y buscado destino me acompañaron el anhelado silencio, la invisibilidad de los demás, la ausencia de aglomeraciones durante mis andares. Quizás buscaba marchar a solas con pensamientos, miradas y libertades. (Seguro que fue la causa de mis ansiadas introversiones cuando no se debe hablar… porque uno meramente necesita o pretende sentir sentimientos.)
Fueron también de mi pueblo teniques y callaos definidores de distintas calles. Trasmitían, casi desde los infinitos, profundos ecos sonoros de bastones a cuyo mando iban adultos, casi ciegos: pregonaban el «¡para hoy, el premio para hoy!», a veces reducido a «¡parahoy, paroy!». Apoyadas en ellos, herramientas de viaje con las cuales golpeaban los compactos bloques de piedra viva, obtenían como respuesta el ansiado toc toc toc: garantizaba la seguridad del camino dado el silencio visual.
A tales edades de la primerísima juventud nada sabía de etimologías, orígenes de palabras o caracterizaciones lingüísticas, por más que empezaba a notar ciertas diferencias fonéticas y léxicas con quienes no eran de allí, quizás ni canarios. Por tanto, nunca había sabido que la voz 'tenique' proviene del berberisco tenik o čenik, reconocida por la RAE como canarismo (21ª edición del Diccionario, 1992), pero ausente en la 19ª del año 1976. Desconocía también que el Básico de canarismos (Academia Canaria de la Lengua) agrega la acepción 'piedra grande'. Ni que el Histórico – Etimológico del habla canaria (doctor Morera Pérez) afirma su procedencia guanche, relacionada con el bereber inken, 'piedra del hogar'. Tampoco que el Ejemplificado de canarismos (doctores Corrales – Corbella) registra otras variantes: 'chenique, chinique, estenique, tereque...'.
Lo tengo claro, estimado lector: mi pueblo, Gáldar, es un elemento más de mi propia constitución física y psíquica, de mi yo individual y colectivo. En él nací y me formé: desde la escuelita de Mercedita Delgado, La Graduada (escuela pública con don José Sánchez, represaliado por su pertenencia a la Institución Libre de Enseñanza) hasta el Cardenal Cisneros, colegio de Maestros para el Bachiller, algunos titulados por la II República. Y allí crecí acompañado de sabio magisterio hasta mi marcha a La Laguna, segunda lección magistral de mi vida, la muy provinciana universidad (¡afortunadamente!) donde reforcé el pensamiento con solidez, respeto a los demás, condición humana y rigor científico.
Mas todo lo anterior no debe ser entendido como canto a los tiempos pasados, acaso mejores para otros, acaso, mas no para mí: años atrás intitulé como Gáldar, desde la serena distancia una parte de lo arriba expresado. Porque así -sosegado, calmoso y firme- sigo llegando -quevedianamente- a las mismas conclusiones: el ayer ya no es mío, pero sí el mañana. Y el hoy tiende a escapárseme al menor despiste, olvido o machangada por mi parte. (Pero picar el ojo al pasado no supone ni añoranzas ni nostalgias, no.)
Por tanto, debo seguir en el sendero machadiano siempre caminando la ruta hacia delante, haciendo caminos al andar durante los tiempos que a este setentón le quedan para la vida. Si no, sensibleras y quejumbrosas nostalgias me consumirían en estériles evocaciones... Y me niego rotundamente a la sinrazón del nada hacer, del sentarme en el bordillo de la acera hasta que Ella, dueña absoluta, pare frente a mí y me invite a su danza macabra... Así siempre, aunque podría ser el propio portador de mi vida - sin vida quien reclame su acción para desaparecer si llegara a ser una maltrecha subsistencia enlazada a un tubo, una máquina, una cama y la miseria física de la propia impotencia física…
Y como con tal vida palpitante me siento cuando visito o memorizo mi pueblo cebollero, sospecho que otros paisanos insulares nacidos en la antigua Tinamar, rebautizada como Vega de San Mateo, experimentarán similares sensaciones si recorren los veinte kilómetros desde la capital hasta los rincones familiares, quizás muchos de ellos también mantenidos con sus recuerdos de infancia.
Días atrás subí a este municipio interior que da la espalda a la mar moraliana («El mar es como un viejo camarada de infancia / a quien estuve unido con un salvaje amor»). Aparentemente lluviosa apuntaba la mediamañana, y no estaba la costa puertillera (o portillera para los nativos) como para retar al embravecido Atlante. Apetecía algo de frío, acaso un caldo de cilantro caliente de la calle casi solitaria, la de la cuesta arriba... o cuesta abajo. También sonaba a sensaciones el dulce encanto del gofio moreno oliendo por la Calle del Agua. (Dicen que el molino se remonta a muchísimos años atrás, como el de Rojas, 'Gofio El Galdense'. Hubo otro en la pendiente de la planta de la luz; y otro en Marmolejos…)
Tampoco renunciaría al pan crujiente, incluso soliviantador de la misma Calle del Agua. (Me vinieron el de Valencia, muy cerca de mi casa, frente a donde hoy está el ambulatorio de especialidades. Y el de La Chubasca, casi esquina mirando al almacén del Repartidor: su aroma llenaba los rincones de nuestro balcón y desde allí fluían las esencias de la matalahúva, el arabismo llamado también anís.)
En un momento vi caminar entre silencios y quimeras a dos antiguos colegas, vegueros de secular raigambre o arraigo, y con quienes -dada nuestra condición pueblerina o campesina- mantuve durante años aularios buena amistad: nos unía ese invisible hilo conductor de ensoñaciones y libertades absolutas mientras disfrutábamos de las edades primeras en Gáldar o San Mateo.
Ayer y hoy, en fin, entre dos pueblos, como amante pueblerino. Varias figuras metálicas de La Vega sanmateorial rompen tradiciones, esquemas, incluso sofisticadas escuelas donde se enseña y aprende el arte de la escultura clásica, tal vez como en la Grecia de Policleto y Lisipo con el canon de las ocho cabezas para dinamizar y dar realismo a sus figuras humanas… Pero no importa el material usado: son creación y creatividad. Es otro elemento simbólicamente definidor.
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