El momento

Fue el viernes por la mañana. El cielo no había adoptado una postura definitiva sobre Las Palmas de Gran Canaria, intercalando una lluvia gruesa como churros de Tafira Baja con un sol primaveral. Twitter mordía y en la radio los tertulianos incidían en los argumentos con los que ya vienen programados de serie, llenando de fisuras el estado de ánimo. Entonces recibí un 'WhatsApp' desde el Kilómetro Cero. Era de mi amiga Carmen Menchón; adjunto, un enlace a 'Revival Song' de Gregory Porter, un cañonazo de soul clásico que levantaría del tirón a todos los guiris que yacen en el cementerio inglés.

Me sentí como el pianista Fats Waller, protagonista de una anécdota que le escuché no hace mucho a Miqui Otero, en la que en un ataque de euforia, mientras sus dedos danzaban sobre las teclas, le gritaba al público «disparadme ahora, disparadme mientras soy feliz».

Esos fogonazos me recuerdan mucho a los que hemos vivido en estos días de cambio de año, que no de ciclo. Esperamos a la noche del 31 de diciembre con más supercherías de las que ordena la tradición. Creíamos que tras las campanadas de fin de año se iba a suceder un embrujo que quemara los males que permanecerán para siempre asociados a ese 2020 de pandemia y crisis colaterales.

Pero pronto vimos que no. La turba invadió el Capitolio y la clase política española demostró que solo vale para patalear en la mierda. Se nos embarrancó hasta el ferry de Agaete y estas lluvias, benditas para el campo, dejaron algunos daños materiales de los que seguro que usted conoce algún damnificado.

Pero, qué coño, reivindiquemos el momento. Esa canción de Porter que llega por 'WhatsApp' y que simboliza algo tan hermoso como una amistad sincera. El sonido de una canción por lo que uno podría decir: «dispárame ahora que soy feliz».