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Según el diccionario de la RAE, mentira es una manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente. Pero la palabra no gusta, y para nombrarla y de paso eludir posibles acciones judiciales se suelen usar eufemismos como “faltar a la verdad” y otras aproximaciones, que al final expresan falsedad, engaño, ficción o calumnia. Vivimos rodeados de mentiras que se van fijando a fuego y se convierten en verdades indestructibles. Si partimos de la base de que la verdad absoluta es un concepto más que discutible, fijar mentiras que pasan por verdad acaba siendo una práctica que ha cimentado la historia humana, y muestras de ello son la política, la economía o las religiones, si es que todas juntas no son la misma cosa. Y lo mismo sucede con palabras como libertad y democracia, que son utilizadas siempre a favor de quien habla, o tiranía y dictadura, lanzadas siempre en contra de otros.

Por lo tanto, jugamos con conceptos como certeza, ignorancia, opinión, duda, conocimiento o juicio, todos tan volátiles que han hecho afirmar al eminente doctor Verdú que la certeza es un estado de ignorancia; resulta semánticamente muy gratuito definir la ignorancia, puesto que quienes no están en poder de determinados conocimientos son tenidos por ignorantes, cuando la realidad es que el ser humano solo puede abarcar una minúscula parcela de todo el conocimiento posible. Cuando le ofrecieron un homenaje a Víctor Hugo, quien hizo su panegírico lo llamó sabio, a lo que él respondió: “Yo no soy un sabio, daría todo lo que sé a cambio de la mitad de lo que ignoro”, pues un Premio Nobel de Física puede ser ignorante absoluto en otras áreas del conocimiento, y seguramente también ignorará disciplinas que domine un pescador, una maestra o cualquier otra persona sin títulos ni cátedras. Por lo tanto, cuando adjetivamos a una persona como culta porque tiene muchos conocimientos sobre música, medicina o filosofía nos estamos internando en una de esas falsedades aceptadas como verdades incontestables.

Y la política se basa en urdir la estrategia de que conceptos volátiles sean tenidos como sagrados, y pasamos por encima de privilegios, desigualdades, trucados sistemas electorales y otras supuestas verdades como la economía, que son a su vez tan evanescentes que pueden ser interpretadas (manipuladas suena muy fuerte) a beneficio de cualquier objetivo político. El control de la información y su utilización para confundir están presentes cada día. Nos hablan de otros países y nos dan informaciones mutiladas; en el actual debate sobre las pensiones, la ciudadanía se pregunta cómo es posible que funcione en esos países y aquí no. La mentira sostenida es que no hay dinero suficiente, pero no nos dicen por qué sí lo hay en los países con quienes nos comparan.

El uso casi malvado de los medios hace que se vean con normalidad verdaderos disparates. Hay gente cuyo salario nunca llega a fin de mes que ve razonable que el Real Madrid pague finalmente 400 millones de euros por Neymar, y esto sucede en un país con altísima tasa de desempleo, servicios sociales muy deteriorados y sueldos de miseria. A nadie le parece que esto sea una obscenidad, como escupir a la cara a quienes lo pasan mal. El gran debate es si su salario podría ser superior al de Cristiano Ronaldo para no incomodar al portugués. Si el Servicio Canario de Salud contratara a una eminencia para luchar contra una grave enfermedad endémica y le pagaran un millón de euros anuales, se armaría una bronca descomunal, pero se le paga esa misma cantidad –o más- a un futbolista mimoso y los conterturlios del café pueden aplaudir. Estamos en una sociedad de mentiras manipuladas que aceptamos como verdades irrefutables. Ya sí nos va.

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