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Hace una semana presionaba las teclas del ordenador con rabia e impotencia. Otra vez, me decía, lo tuvimos tan cerca y al final lo mismo de siempre. Por ello, y porque lo inesperado siempre sabe mejor, recibí con un entusiasmo sin precedentes en lo que a política se refiere el acuerdo entre Sánchez e Iglesias para formar gobierno. De repente, el tiempo perdido, el gasto ocasionado, la virulencia de la extrema derecha y la pérdida de fuerza con los 10 escaños menos me parecían inconvenientes minúsculos en comparación al paso que se pretendía dar.

Pero claro, todas las alarmas saltaron. Los bancos, la bolsa, los grandes empresarios, los medios afines y los partidos conservadores se llevaron las manos a la cabeza. Iglesias en la vicepresidencia era el fin del mundo. Bueno, de España al menos. Los «¡A por ellos oé!» del partido de Abascal se dejaron de escuchar a medida de que eran conscientes de que fue precisamente su auge lo que precipitó el pacto que tanto temían. Nunca sabremos a por quienes iban, afortunadamente.

Los nuestros (NC y CC) van a facilitar la investidura, pero queda mucho camino por delante. La responsabilidad, esa que tanto exigen algunos solo cuando beneficia sus intereses, debe imperar ahora para evitar unos terceros comicios que retraten aún más a un país que ya ha cedido demasiado terreno. Vuelve a llegar el momento de ser valientes, de no dejarse llevar por las voces conservadoras que solo ven monstruos con que uno de los sillones de mando lo ocupe un hippie con coleta o que una futura ministra acuda al Congreso en playeras. Somos muchos los que nos fiamos más de la informalidad con principios que de encorbatados que solo piensan en llenarse el maletín.

«Deseaba que se produjera este acuerdo», comentaba ayer Zapatero. Él, que también aboga por el diálogo y no por el enfrentamiento para resolver el tema catalán, y la mayoría de socialistas lo quieren, tal y como se lo reivindicaron a Sánchez tras la victoria del 28 de abril con el «¡Sí se puede!» en Ferraz. Llega con demora y por ello no cambiará mi opinión sobre un presidente que solo ha actuado como debía cuando ha visto las orejas al lobo y tras perder un tiempo valiosísimo. Pero ahora sí que está justificado el más vale tarde que nunca. Solo queda aguardar un entendimiento que cristalice en lo que muchos llevábamos toda la vida esperando: una España verdaderamente progresista.

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