Transición o transacción
Medio siglo ha transcurrido desde que el dictador Francisco Franco muriera plácidamente en su cama. Aquel fue el momento en que arrancó la «modélica» Transición ... , que incluso algunos quisieron exportar como ejemplo democrático.
Hoy, sin embargo, deberíamos poder decir abiertamente que más que una transición hacia una democracia de país desarrollado, lo que hubo fue una transacción: un blanqueo del sistema franquista, una operación cosmética que maquilló de legalidad democrática el 'modus operandi' ya incrustado en las estructuras del Estado.
La Constitución de 1978 fue el gran iluminador de este maquillaje. Con ella, parecía que todo autoritarismo quedaba atrás. Sin embargo, poco cambió. Y lo que ha cambiado desde entonces lo ha hecho más por puro pragmatismo oportunista que por una transformación profunda del sistema.
La corrupción, esa dolencia estructural que parece ancestral en España, es un ejemplo evidente. Una corrupción que requiere, como siempre, de dos actores: el corrupto y el corruptor. Las empresas que amañan contratos repartiendo comisiones bajo la mesa son tan responsables como los cargos públicos que las buscan o las aceptan.
Pero no solo hemos heredado esa indecencia sistémica. También hemos asumido, con una preocupante normalidad, el comportamiento grotesco y caricaturesco, al estilo Torrente, que aparece una y otra vez en los escándalos que conocemos.
Los medios, por su parte, no siempre ayudan. A menudo utilizan la presencia de «las señoritas» para dar color y morbo a lo que no es más que el relato de delincuentes con corbata. La sordidez del sistema de prostitución campa entonces a sus anchas en titulares que olvidan la explotación, convirtiendo a las víctimas en parte del decorado necesario para ambientar la escena, como el güisqui y las luces de neón.
Quizás sea el momento, por fin, de levantar alfombras y fumigar. Eso sí sería una auténtica transición.
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