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¿Cómo puede una madre rota transformar el dolor, la rabia, el miedo, el vacío... en toda una lección de amor? Escuchar a Patricia Ramírez ni 24 horas después de que se confirmase el peor de los presagios, la muerte violenta de su hijo Gabriel de 8 años, es desgarrador, no solo por la entereza ante tan devastadora experiencia, sino por la pureza de sus sentimientos. Ni un mal gesto, ni una mala palabra, nada. Al contrario de lo que desde hace 12 días se venía produciendo en las redes sociales sobre todo, en las tertulias a pie de calle, en algunos medios de comunicación.
Que «no acabe en rabia» el trágico suceso, pide la madre de Gabriel, que perdure el amor a su pescaíto, que nadie pida lo que ella no quiere, ni rabia ni revancha, ni más violencia y dolor. Que todo se transforme en las buenas personas, en las buenas acciones, por encima de la amargura y el desatino que por momentos parece dominar nuestra sociedad.
Es tan duro lo que pide Patricia Ramírez, tan difícil. Pero lo reclama ella, la única persona autorizada para hacerlo, además del padre de Gabriel. Un hombre, por cierto, señalado también por una jauría que nada sabe de él pero que se siente con derecho a juzgar y censurar a un padre sumido en la pena. Por suerte, tiene una familia que arropa «al mejor padre que yo tenía para mi hijo». Y ante eso, ¿quiénes son todas esas voces anónimas que se creen con derecho a trazar un relato sentenciador y torticero?
Palabras bonitas, acciones buenas, sentimientos positivos y transformadores reclama una madre a la que le han arrebatado injustamente a su pequeño. Ni montajes de duelo, ni fotos, ni vídeos, ni llamamientos a la pena ni mensajes de odio quiere la madre, acciones que solo están añadiendo más dolor al inmenso dolor. «Ese no es mi hijo y esa no soy yo».
Y ante los mensajes violentos, de rencor, de rabia, con tintes machistas e incluso racistas que en cuestión de horas han invadido España, la voz de Patricia es un aliento, una bocanada de aire puro que pide respeto, empatía y gestos solidarios no solo con ella, sino en general en la sociedad. Por un mundo más limpio, más justo, más amoroso con la infancia. Todos, todas, estos días nos hemos puesto por un segundo en la piel de esta mujer, pero ni así atisbamos cómo se transforma tanta maldad en una supervivencia sin rencor ni ganas de romper con todo. Pero con el cuerpo encogido y la lágrima fácil, solo queda seguir sus palabras.
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