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Ando ahora enfrascado con las memorias políticas de Carlos Garaikoetxea, Euskadi: la transición inacabada (Planeta, 2002), que fuera lehendakari en dos legislaturas (1980 y 1984) hasta que se marchó del PNV para fundar Eusko Alkartasuna. Huelga decir que el libro no se consigue actualmente en las estanterías de novedades y tuve que recurrir a una librería de segunda mano por internet que me lo expidió desde Madrid. Algunos se asombrarían con los precios que alcanzan, no fue el caso, aquellos títulos que escasean y que terceros aprovechan para venderlos a precio de oro sabedores que ya no hay forma de conseguirlos. El texto abarca desde la irrupción de la democracia hasta la era del primer PP en La Moncloa al calor de aquella especie de tregua que luego ETA rompería. Por lo que hay pasajes diversos pero, desde el principio, sobresalen las dificultades para entender la necesidad de la descentralización por los herederos del franquismo en sus diversas variantes (UCD, AP, mandos del Ejército...) y el retrato de un Adolfo Suárez al que poco a poco se le va escapando el poder político.

Con frecuencia se apela a que el nacionalismo canario no puede ir más allá y que en las islas ese sentimiento de patria canaria es más o menos residual. Sin embargo, tampoco el PNV fue especialmente combativo con el franquismo a diferencia del PCE y actualmente, cuatro décadas después, su poder es incuestionable. Por lo que la voluntad política es precisamente la que es capaz de remover los obstáculos y neutralizar el desaliento de otros para impedir que una organización avance en su proyecto. Y no es preciso acudir al teórico marxista Antonio Gramsci para entender que el pugilato de las ideas es capaz de forjar la hegemonía del pensamiento.

Las memorias de Garaikoetxea fueron editadas en 2002. Es decir, durante la segunda legislatura de José María Aznar en la que gozó de mayoría absoluta y siendo uno de sus ejes fundamentales el recelo a los nacionalismos periféricos; especialmente el vasco pues, de un modo u otro, Aznar siguió entendiéndose con la extinta CiU y CC. Cabe reseñar que tanto entonces como a día de hoy, por diferentes motivos, el tema territorial es cardinal en la agenda política. Otrora porque Aznar entendería que el nivel de autonomía que emergió a comienzos de la democracia era, a la postre, un punto de llegada y no el arranque a otras dimensiones por llegar como sostenía el PNV. En el presente el asunto territorial será capital porque entronca con la fatiga de materiales del sistema del 78 que es provocado, en gran medida, por el pulso de los soberanistas catalanes. Sin ir más lejos, Pablo Iglesias acepta la plurinacionalidad de España que Pedro Sánchez no quiere ver ni en pintura. Lecturas como esta, entre otras tantas, permite interiorizar la antesala de cómo hemos ido llegando a esta situación que no desaparecerá sino que, a buen seguro, se recrudecerá en los próximos años. Lo que obliga a que los diferentes partidos, también los de índole nacionalista, hagan un sobreesfuerzo para amoldarse a un tiempo marcado por la incertidumbre.

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