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La independencia de Cataluña, la subvención del 75% para que los canarios salgan de la jaula, la permanencia de la Unión Deportiva en la Primera División, o los desfiles de Moda Cálida entonces no servirán de nada. En menos de setenta años el planeta Tierra habrá elevado hasta tres grados la temperatura, y entonces comprenderá usted la miseria del tiempo perdido, el liviano peso de las vanidades, la potencia destructiva de la idiotez humana.

Considerando que Canarias desempeña desde hace siglos un papel mediocre, testimonial tirando a irrelevante, en el concierto mundial, es probable que a nadie le importe lo que ocurra con estos islotes cuando todo se caliente. Vendrán décadas de sequía, y cuando llueva será más difícil contener las tormentas, porque la falta de hábito impedirá una respuesta ágil de los cauces en las crecidas. Los 300 millones de euros que nos vamos a gastar en el anillo de asfalto a Tenerife, por ejemplo, en un siglo se los habrá llevado la corriente, como sigan poniendo las rotondas en medio de los barrancos.

El calentamiento global pronto alterará la salinidad del mar, por lo que bañarse ya no será tan rentable. La piel salada tiende a rajarse tendida al sol. El aumento del nivel del mar se llevará por delante los chiringuitos que fabrica el Ayuntamiento en la playa de Las Canteras, y cuando los bichos que habitan el fondo del mar se acostumbren a comer carne humana, será más peligroso salir a pescar con caña. La vocación viajera de la Humanidad se acelerará en busca de las frescas tierras del norte, cuando ya no quede hielo ni para los cubatas en los polos.

Todos los indicadores científicos coinciden. La emisión de gases de efecto invernadero crece sin tino, mientras insensatos como Donald Trump se ríen de todo esto. Pero cuando la papa se caliente, la va a pagar usted. Y lo sabe, aunque no le importe.

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