Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cuando se habla de la muerte, suele acudirse al refranero, que como sabemos tiene siempre una receta y su contraria, porque que me digan lo de “aunque tengas mucha suerte, nunca juegues con la muerte” o “a la muerte ni temerla ni buscarla, hay que esperarla” no me sugiere nada nuevo, porque sigue siendo la gran incógnita que nadie nos resuelve. De manera que la actitud ante la muerte es siempre individual, a veces desconocida hasta para la propia persona, porque se entrecruzan muchas incidencias de todo tipo que hacen que no haya dos formas iguales de enfrentarse a lo inevitable. Por eso me causa mucha desazón cuando escucho discursos sentenciosos desde cualquier posición. Me chirrían tanto las proclamas ultraconservadoras como las que se les oponen frontalmente. No quiero escabullirme, digo que cada persona tiene su idea de la propia muerte y todas las circunstancias que pueden rodearla, y lo que defiendo es que hay que respetar esa idea aunque no la entendamos. Lo demás es hipocresía.

La muerte se ha puesto de moda con la decisión de morir de María José Carrasco, asistida por su marido al no poder ella valerse físicamente. Es un debate latente en la sociedad española, que tuvo su punto más alto a raíz del episodio de la muerte de Ramón Sampedro, que hizo correr mucha tinta durante el juicio que tuvo lugar contra la persona que supuestamente le ayudó a morir. Luego ha sido un debate con sordina, que ha tenido algunos picos con el caso de la sedación a los enfermos terminales en el hospital Severo Ochoa de Leganés y algún otro caso que nunca llegó a hacer cambiar la legislación, que sigue incólume y taxativa en ese punto. Ahora, en el pórtico de una campaña electoral que ya viene muy cargada, se añade este elemento como artillería que seguramente usarán unos y otros para llevar el agua a su molino.

Pero la muerte es algo demasiado importante para circunscribirlo a ser munición de una agresiva campaña electoral. En estos días, cuando veo o escucho el fragor desatado alrededor de este asunto, parece que es un debate nuevo, como la legislación sobre Internet o cualquier otro elemento que acaba de surgir en la estructura de las sociedades hasta el punto de hacerla cambiar profundamente. Pero no, la controversia sobre la eutanasia es tan vieja como las civilizaciones, y muy diversa según épocas y lugares, pues no se afronta igual en la cultura tradicional japonesa que en la católica Irlanda o en países de culturas muy distintas. Siempre hay factores ideológicos, científicos, religiosos y personales que dictan determinadas actitudes, pero es evidente que en una sociedad del siglo XXI es necesario poner orden legal actualizado, como ya existe en otros estados, alguno de los cuales tiene fama de ser muy estricto.

En España, como ocurre con casi todo, la respuesta a cualquier asunto importante es el griterío. Sabemos que la influencia de la Iglesia Católica es grande en este país, y su posición es rocosa desde siempre, deducida nuevamente de las recientes declaraciones del Papa Francisco. Y no es griterío lo que hace falta, sino afrontar una cuestión con seriedad, porque si no corremos el riesgo de que se encubran prácticas que se critican en casa ajena pero se toleran en la propia. Eso es muy español, como sucede con el aborto y otras cuestiones en las que las creencias religiosas y la libertad personal chocan claramente. No tratemos de descubrir el Mediterráneo, miremos a países avanzados como Holanda o el Reino Unido, en los que la muerte como liberación del dolor inútil se contempla desde perspectivas más abiertas y humanitarias. Porque si la muerte es parte de la vida, todos deseamos que sea afrontada desde la dignidad que merece toda persona.

Por lo tanto, en asuntos de este calado sobran las fanfarrias electoralistas de un lado o de otro. Es responsabilidad del gobierno que salga de estas elecciones y del Parlamento en su conjunto entrar de lleno es esta cuestión, porque me parece mezquino que se utilice el sufrimiento físico y moral de enfermos terminales para arañar unos cuantos votos. También es importante afrontar otras perspectivas que traten de solventar la situación de quienes están alrededor de estas personas, sea como apoyo moral o físico, el papel de la medicina, los cuidados paliativos y las personas profesionales de la sanidad. Si Hipócrates y Tomás de Aquino se opusieron a la eutanasia y Sócrates y Tomás Moro la defendieron, está claro que el tema viene de lejos y tiene enjundia. Afrontarlo solo con ruido sería un error, muy español pero un error.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios