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Hay un 'paisaje espiritual' donde se asientan las épocas, las generaciones y las personas que han sido verdaderamente trascendentes en el devenir de una comunidad. Paisajes luminosos ante los que meditar, al decir del escritor Antonio de la Nuez Caballero, «sobre la muerte de un trozo humano de nuestra geografía», pues es ahí donde se perfilan y se engrandecen aquellas personas que intuimos como auténticos hitos de un tiempo, de una época, de un momento histórico. Nombres que con «su inagotable iniciativa, su actividad incansable, su privilegiada inteligencia y su voluntad avasalladora, produjeron milagros que ni el tiempo ni muchos brazos reunidos hubieran alcanzado», como señaló el cronista Domingo J. Navarro a propósito del alcalde Antonio López Botas. Y se entiende así que, en estos días de luto y remembranzas, el también expresidente del Gobierno de Canarias, D. Manuel Hermoso Rojas, se preguntara «¿Qué pasa, se nos están muriendo los grandes?».
Hemos despedido, el pasado domingo, los restos mortales de Don Lorenzo Olarte Cullen, uno de los personajes más destacados del devenir insular, en un tiempo que ha sido crucial para la comunidad canaria, unas décadas finiseculares en las que Canarias tenía que definir y trazar los senderos en los que, una vez más en su historia, asentar su futuro y su progreso. Y hoy, en este templo Basílica Catedral de Canarias, nos reunimos para orar por su alma, pero también para mostrar que su presencia, su espíritu, el legado de su trabajo y de su ingente contribución a la vida pública del Archipiélago, continúa vivo entre nosotros, como lo percibe la inmensa mayoría de sus paisanos, entendiendo, como señaló Aristóteles, que «la memoria es el escribano del alma».
Por ello, no hace falta en estos casos reiterar, pormenorizadamente, todo su inmenso e intenso quehacer político y social, así como humano y familiar, pues, como se señala el evangelio de San Mateo, «por sus frutos les conoceréis». Y esta es la hora de retomar la figura y la memoria de Don Lorenzo Olarte Cullen, y decir, en alto y con rotundidad, que es el momento de mantener, de redescubrir, o de descubrir por quienes antes no pudieron conocerle, cual fue el trabajo, la voluntad de entrega, la claridad de pensamiento, cual el legado, de quién en nuestros pasos, presentes y futuros, se aparecerá en muchas de las mejoras o reformas que hicieron avanzar a Gran Canaria en particular, y a Canarias en general, en las últimas décadas del siglo XX y primeras del actual. Y, de esta manera, siempre sabremos, como apuntó el cronista Carlos Navarro Ruiz, como existen personas que verdaderamente «contribuyeron al engrandecimiento del país, realizaron el bien general con sus concesiones, y se han distinguido por su patriotismo, servicios relevantes o por sus grandes méritos…» de muy distinto signo.
Don Lorenzo Olarte Cullen desde el ámbito de la política, con la bonhomía que le caracterizó, sin por ello perder nunca el rigor y la contundencia con que debía defender aquello que entendía trascendente para la sociedad canaria, sin medir nunca lo que aquellas decisiones de claro interés general le pudiesen perjudicar a él, afrontó un trabajo y una entrega constante, donde no contaba ni el tiempo, ni los esfuerzos que debía emplear, y, en muchas ocasiones, con un alto coste personal. Todo ello le convirtió, sin buscarlo, no sólo en alguien esencial e ineludible en muchas circunstancias y ocasiones, sino en parte de la identidad propia de una época, de unas instituciones como el Cabildo de Gran Canaria, el Parlamento o el Gobierno de Canarias, de la vida pública isleña en general, ejerciendo una tarea política, de bien hacer social, que tuvo mucho de auténtico magisterio cívico. Así, al recordarle, pueden venirnos a la mente versos como los que el gran Tomás Morales dedicó al inolvidable educador Diego Mesa de León, al despedirle en 1915, que exclamaban «¡Padre es quién nos transfunde la educadora gracias/, paternal es la mano que nos lleva a lo cierto. / Más allá de la tumba perdura su eficacia/ y en nuestro ser hay algo del corazón del Muerto!».
Nacido circunstancialmente en Puenteareas, Pontevedra, el 8 de diciembre de 1932, pero isleño por familia, por sus más arraigados sentimientos y su hondo sentido de la canariedad, se licenció en Derecho por la Universidad de Madrid, siendo, como su padre, un jurista de reconocido prestigio. Pero, al percibir que un tiempo llegaba a su fin y se iniciaba otro que se aventuraba absolutamente nuevo, donde todo debía adecuarse a las grandes exigencias que traía consigo un futuro que llamaba con fuerza a las puertas de la sociedad insular, en su estratégica encrucijada atlántica, no dudó en aparcar, en gran medida, su profesión y entregarse a las tareas del servicio a la sociedad, lo que le llevó muy pronto a ser presidente del Cabildo de Gran Canaria, entre 1974-1979; un primer paso decisivo en su formación como político y buen conocedor del ser y sentir de sus paisanos.
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Avalado por sus innatas y preclaras cualidades para la acción política, ocupó diversas, y también aleccionadoras responsabilidades, como la de ponente de la Ley de Reforma Política en 1976, consejero del Presidente del Gobierno de España, pasando más tarde a la Presidente de la aerolínea pública Aviaco, donde desarrolló una notable e innovadora gestión, en la que se muestra su interés por el ámbito turístico, destacando en la promoción del turismo canario en diferentes etapas de su trayectoria política, en especial cuando asumió la responsabilidad de Consejero de Turismo y Transporte, así como en su tierra poniéndose al frente de la histórica Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria. Todo ello le llevaría más tarde a ocupar altas responsabilidades como la vicepresidencia y consejería de Presidencia del Gobierno de Canarias, entre 1987 y 1988, para luego acceder al cargo de presidente del Gobierno de Canarias entre 1988 y 1991, momento en el que debió afrontar una de las decisiones más serias y arriesgadas de su vida política, firmar la Ley de Reorganización Universitaria de Canarias, por la que, poco después, se creó la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Una larga, intensa y efectiva carrera política, que también le llevó al Congreso de los Diputados, y que le hizo merecedor de innumerables distinciones y reconocimientos, entre los que debemos hoy recordar, en primer lugar, pues el derecho fue siempre su gran pasión, la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, máxima condecoración para un jurista español. Junto a esta Don Lorenzo Olarte recibió la Gran Cruz del Mérito Civil, creada por el rey Alfonso XIII para reconocer los servicios de ciudadanos españoles y extranjeros en favor de España, así como la Gran Cruz del Mérito Militar, por su colaboración en la descolonización del antiguo Sahara español, la de Alfonso X el Sabio, por su contribución al desarrollo de la Educación y el Gran Collar de las Islas Canarias, que es la máxima distinción en estas Islas.
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Francisco José Fajardo
Pero junto al jurista y el político, también descolló su faceta más humana, la vida en familia junto a su esposa Dña. María Lecuona Ribot, con quién departía y compartía todo el devenir de su día a día, y sus ocho hijos, que eran su verdadero refugio y el lugar donde encontraba la paz y la tranquilidad imprescindible en una vida de trabajo constante e inquietudes persistentes. Un ámbito donde desarrolló una de sus aficiones más notables y arraigadas, la colombofilia. Siempre dijo que «para hablar de colombofilia en Canarias es indispensable hacer referencia a dos personas vinculadas a ella (…) que han dejado una huella profunda (…) Santiago Cullen y Verdugo -autor del pionero libro «Nociones de colombofilia y estudio de Telegrafía Alada aplicada a las Islas Canarias», publicado en el año 1900- y su nieto Lorenzo Olarte Cullen. También mantuvo siempre muy presente la imagen de su padre, como se lo recordaba al cronista José Antonio Luján, al que veía «como un hombre ejemplar, austero», «de un carisma extraordinario, un abogado que imponía un gran respeto tanto entre la clientela, como entre los compañeros en la carrera judicial». Y no olvidó nunca sus años de colegial en el veguetero Viera y Clavijo, muy cercano a su casa familiar, un colegio de corte liberal del que era uno de sus directores su tío D. Pedro Cullen, así como su temprana vocación periodística, que le llevó a escribir periódicamente numerosos artículos y crónicas en la prensa local.
Don Lorenzo Olarte nos ha dicho adiós, tras una vida larga, intensa y fecunda, pero Don Lorenzo Olarte permanece y permanecerá para siempre en sus islas, entre sus gentes, pues es parte ineludible de una época fundamental para entender el presente y el futuro hacia el que camina Canarias. Un recuerdo y una presencia que sólo puede generar, como han destacado todos los expresidentes canarios al despedirle, «respeto, admiración y aplauso». Gracias Don Lorenzo y descanse muy merecidamente en paz.
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