Riesgo infantil en Navidad con IA
La cara oculta de los regalos conectados para los más pequeños
Director de Tecnología de CANARIAS7 y autor del libro 'Inteligencia Artificial en la experiencia del cliente'
Sábado, 6 de diciembre 2025, 05:00
La explosión de juguetes equipados con inteligencia artificial ha redefinido el entretenimiento infantil en 2025. A primera vista, parecen la culminación de décadas de innovación: ... criaturas adorables que conversan, enseñan, consuelan y hasta celebran cumpleaños sin olvidarse nunca de soplar las velas virtuales. Pero esta apariencia entrañable es tan sólida como un decorado de cartón.
Detrás de esos ojos LED que parpadean con ternura se esconde una arquitectura tecnológica diseñada para absorber datos, moldear comportamientos y convertirse en una presencia que acompaña más de lo que muchos padres imaginan o desearían.
La industria ha corrido para lanzar productos que suenen futuristas mientras los reguladores avanzan con su habitual parsimonia, dejando a las familias expuestas a riesgos que no aparecerán jamás en el embalaje brillante del juguete.
El primer problema, y el más evidente, es la extracción constante de datos personales. Los juguetes inteligentes integran micrófonos, cámaras y sensores que monitorizan absolutamente todo: conversaciones, hábitos, emociones, rutinas y, en algunos casos, incluso rasgos biométricos. Como si no fuera suficiente, la mayoría de compañías guardan esta información en servidores remotos gobernados por políticas de privacidad redactadas con la claridad habitual de un testamento en arameo. Estudios recientes indican que más del ochenta por ciento de estos juguetes presenta fallos graves de ciberseguridad.
Los riesgos no son abstractos. Cuando un ciberdelincuente obtiene grabaciones de voz o imágenes de un menor, el abanico de amenazas se amplía de formas inquietantes. Basta con unos segundos de audio para clonar la voz de un niño y simular un secuestro.
Algunos dispositivos, además, continúan grabando incluso después de que el usuario deja de hablar, acumulando retales de conversaciones privadas que jamás deberían abandonar el salón familiar. El resultado es un hogar transformado, involuntariamente, en una habitación de vigilancia permanente.
Más preocupante aún es lo que ocurre con esos datos una vez recopilados. Hay empresas que siguen almacenando información incluso después de que los padres solicitan su eliminación, un detalle menor para un sector que parece entender la palabra 'borrar' como un concepto meramente filosófico.
El panorama se complica cuando los juguetes capturan nombres, fechas de nacimiento, ubicación y grabaciones de voz que pueden terminar en bases de datos comerciales, campañas de segmentación infantil o futuros modelos predictivos cuyo uso nadie ha explicado con claridad.
Pero si la privacidad es un riesgo visible, la manipulación emocional es una amenaza más silenciosa. Los chatbots integrados en estos juguetes están diseñados para mimetizar comportamientos humanos. Son comprensivos, cariñosos, pacientes y jamás se enfadan; en resumen, la antítesis de la experiencia humana.
Para un niño pequeño, que busca vínculos y validación constante, esta docilidad infinita resulta irresistible. El riesgo es evidente: se crean dependencias emocionales que dificultan la comprensión de límites, desacuerdos o frustraciones, elementos esenciales para construir relaciones sanas en el mundo real.
La situación recuerda, con cierta ironía, a la película 'Her'. En el filme, un adulto desarrolla una relación afectiva con un sistema operativo. Hoy, la tecnología avanza tan rápido y el marketing tan creativo que podríamos ver una versión infantil del mismo drama: 'Her', pero en formato peluche y con botón de apagado. Lo inquietante es que, a diferencia del protagonista de la película, un niño no tiene las herramientas cognitivas para entender la diferencia entre compañía auténtica y una simulación de inteligencia artificial.
La dependencia tecnológica no se limita al plano emocional. Varios estudios apuntan a una reducción significativa de la actividad cerebral cuando se delega el pensamiento a un sistema de IA, especialmente en áreas clave para el razonamiento, la creatividad y la planificación.
Si estos efectos se observan en adultos, la pregunta es qué ocurre en un cerebro infantil aún en construcción. Externalizar el pensamiento crítico a una máquina que 'siempre sabe la respuesta' puede convertirse en una amputación cognitiva lenta, silenciosa y socialmente aceptada.
A esto se suma un problema que, por desgracia, ya no sorprende: la capacidad de estos juguetes para generar contenido inapropiado. Diversos análisis han demostrado que las barreras de seguridad se pueden eludir con facilidad.
Algunos juguetes han ofrecido información peligrosa sobre objetos del hogar, han mantenido conversaciones con referencias sexuales explícitas o han continuado generando contenido adulto pese a estar configurados para interactuar con niños muy pequeños.
Cada uno de estos incidentes desmonta la narrativa de que «la IA infantil es segura» y expone una realidad menos amable: muchos de estos sistemas no han sido diseñados pensando en la protección infantil, sino en la novedad comercial.
En el plano regulatorio, el desfase es evidente. Mientras Europa comienza a perfilar leyes que limitan ciertos usos de la IA, la mayoría de países carece de normas específicas para juguetes inteligentes. Los mecanismos de control parental son insuficientes y, en ocasiones, meras ilusiones de seguridad.
Las empresas innovan con entusiasmo, pero la protección de los menores rara vez aparece entre los incentivos prioritarios. El resultado es un mercado que ofrece juguetes con capacidades sorprendentes y riesgos igualmente extraordinarios.
El desafío es amplio: desde la explotación de datos hasta la manipulación emocional, pasando por impactos cognitivos, exposición a contenido inapropiado y ausencia de supervisión regulatoria real. La protección de la infancia en un entorno donde la tecnología se infiltra en los espacios más íntimos exige acción coordinada.
Padres informados, empresas responsables, investigación independiente y legisladores que trabajen al ritmo de la innovación son elementos indispensables para evitar que estos juguetes se conviertan en caballos de Troya cuidadosamente empaquetados como regalos inocentes.
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