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La semana pasada Isco se negó a contestar una pregunta a Diego Torres, periodista de El País, durante una rueda de prensa. Ocurrió en la concentración de la selección española en Las Rozas, y el malagueño junto a su negativa suplicó al redactor que dejara de molestar al equipo nacional. El habilidoso mediapunta, acostumbrado al halago por los numerosos éxitos que acumula a sus 26 años, hace referencia a los artículos del profesional en su medio durante el Mundial. No acepta la crítica a pesar de la evidencia, y se olvida -o desconoce- que la función del reportero es la de informar sobre lo que ve y no edulcorar la realidad para ganarse el favor del protagonista de turno.

Pero lo peor no es que pueda estar equivocado, a fin de cuentas no es su especialidad y otros muchos también erran en este sentido por ignorancia hacia la profesión. Lo grave es que lo hace en público, faltando el respeto y con la complacencia del jefe de prensa que le acompaña. Meses atrás, Alarcón ya tuvo un desaire con Juanma Castaño, confirmando que todo el talento que atesora le lleva a un atrevimiento que supera sus conocimientos.

Apenas dos días después de este último episodio, Sergio Ramos, capitán de la Roja, respondió con sorna a otra pregunta del propio Torres. «Yo si te voy a contestar», comenzó diciendo, como perdonando la vida al trabajador de la segunda cabecera más vendida de España, quien tiene que aguantar, a pesar de ser uno de los periodistas deportivos más reconocidos del país, las pataletas de estos niños mimados. Lo hizo entre las risas de compañeros y para divertimento de toda la sala, quienes le aplaudían la ocurrencia. El peloteo llega hasta límites inaguantables cuando se debería hacer entender al deportista que el periodista no está a su servicio, sino que responde a las necesidades de los lectores/oyentes/televidentes, ávidos de noticias veraces y objetivas.

Pero esa es la superioridad de la estrella sobre el informador. Que además, venerado por la gran mayoría, recibe el aplauso mientras se maltrata al comunicador cuando narra lo que no se quiere escuchar. Incluso la mayoría de los seguidores se ponen de lado de sus héroes. Parece que nadie repara que debe haber afición para que haya espectáculo al más alto nivel, y que éste no existiría sin periodistas que lo cuenten.

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