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Lo de los másters falsificados, papeles de Panamá, los sobres de la Púnica y hurtos varios, aunque sean en el supermercado, no suelen ser trapicheos habituales entre la gente que nos hacemos llamar ‘humilde’ si no lo justifica el hambre.

Cuando la gente normal llega a casa, después del madrugón, de las 10 horas en un trabajo mal pagado y de pelearte con el de la zona azul, nos relajamos estas semanas sentándonos en el sofá poniendo la tele para ver quién ha sido el agraciado del día.

A quién le habrá tocado una obra faraónica a dedo o quién ha tenido acceso a una vida offshore sin consecuencias. Quién ha estafado a la Agencia Tributaria, quién ha sido recolocado a través de una puerta giratoria en una empresa energética o quién ha elevado su patrimonio de forma desorbitada tras ostentar un cargo público... Ese en el que los parquímetros no dan miedo porque te mueves en coches oficiales. Dime con quién andas y te diré quién eres, decían las madres de antes, esas que con su método tan poco integrador y científico solían acertar con buen ojo. Te lo dije, mi hijo, cómo iba a acabar bien aquel juntándose con ese, que es un machango, repetía como un mantra. No se equivocaba la señora.

Hay que sospechar de los fariseos metidos a políticos. Los atriles blanqueados que proclaman pureza profesional y decencia a los cuatro vientos suelen estar ocupados por cadáveres políticos con juramentos rotos, con compromisos ideológicos a cuestas, que suelen tener amigos de dudosa reputación que no pasarían el filtro de las madres y tienen muchas bolsas de basura que esconder.

No se puede generalizar. Lo normal en la política es lo normal en la vida de cualquier mortal. El político, como todas las personas, se equivoca, se cae y se levanta. El que aprende a rectificar y subsana sus errores es un político capacitado para el gobierno. Por el contrario, aquel que se encierra en la soberbia de creerse moralmente superior, que no admite los errores o dimite tras robar, aunque sea unas cremitas, o miente en su currículum pertenece a la torre de oro del sectarismo ideológico.

Pronto nos tocará de nuevo votar. No olvidemos lo que vemos en la televisión cada día al llegar a casa y votemos por el cambio. Votemos por la humildad, que es la base de la verdadera democracia. Y recuerda lo que te decía tu madre y el sabio refranero al hundir la papeleta en la urna.

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