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La grieta monárquica

Primera plana ·

Si el PSOE y Podemos no comparten similar diagnóstico y solución, la sostenibilidad del Gobierno de coalición estará muy tocada

Martes, 15 de diciembre 2020, 06:41

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Nunca imaginamos que íbamos a pasarnos la antesala a la Navidad debatiendo qué hacer con Juan Carlos I. Por eso chirría cómo asistimos año tras año, como sociedad constituida en democracia, escuchándole en Nochebuena sus arengas sobre la ejemplaridad y demás extremos. Ahora bien, si hemos llegado a esta situación, a la que nunca tuvimos que llegar, es porque el rey emérito ha cometido no solo graves errores sino presuntos escándalos judiciales cuya invocada inviolabilidad constitucional no servirá de nada pues ya se ha desatado. El debate no es solo jurídico sino de ética pública y, por supuesto, político. ¿O es que acaso se puede robar porque se es rey? La derecha se aferra al monarca y lanza la consideración de que su huida a Emiratos Árabes Unidos fue una decisión errónea, que lo es, porque ahora no es posible explicar el retorno. Juan Carlos I estaría en un callejón sin salida. Y la apreciación de huida por parte de la opinión pública es indudable porque, de lo contrario, se hubiera ido a Francia, Suecia o Alemania, por poner ejemplos, pero nunca a un país sometido a una dinastía absolutista donde los derechos fundamentales brillan por su ausencia.

Se especula con lo que pueda decir o no Felipe VI en su discurso en Nochebuena. Aunque, bien mirado, casi es igual; diga lo que diga, si es que dice algo al respecto, el problema seguirá estando latente a la jornada siguiente y todo 2021. Cuando falla la Jefatura del Estado, se tambalea inexorablemente el sistema político. Felipe VI está en una posición en el tablero en el que haga lo que haga, sale perdiendo. Alcanza este contexto por el obrar de su padre y también por haber pronunciado la alocución televisiva del 3 de octubre de 2017 al calor del conflicto catalán en su apogeo. Una equivocación que aún está pagando y que le impide viajar a Catalunya con normalidad. En vez de ejercer de árbitro institucional, cerró, prietas las filas, el ánimo de la Brigada Aranzadi para combatir al independentismo. Después el desarrollo del 'procés' en el Tribunal Supremo zanjó, en falso, la problemática que ahora quema las manos a Pedro Sánchez que se ve forzado a dar unos indultos que nunca quiso. Es el mismo Sánchez que respaldó el artículo 155 de la Constitución y la disolución de la autonomía en Catalunya. Y eso fue hace nada.

Más que lo que diga Felipe VI en televisión, si cumple o no la expectativa, resultará todavía más determinante que concurra una respuesta conjunta desde La Moncloa. Si el PSOE y Podemos no comparten similar diagnóstico y solución, la sostenibilidad del Gobierno de coalición estará muy tocada. Y si Pablo Iglesias rebaja la presión, lo pagará electoralmente. A lo que habrá que añadirle el alejamiento de ERC y EH Bildu como socios del Ejecutivo, lo que abocaría a Sánchez a entenderse con Ciudadanos y llamar a Pablo Casado todos los meses. Cuando se judicializa la herida territorial, se agudizan los inconvenientes. El pulso catalán, su demanda como pueblo, estuvo presente en la Segunda República, en la Transición y lo está, de largo, ahora. Y en función de lo que decida el PSOE, quedará sentenciada la viabilidad del régimen del 78. Y, además, su suerte como partido.

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