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Es evidente que Israel tiene derecho a reaccionar ante el terrible atentado cometido en su propio territorio por los terroristas de Hamás, pero la respuesta, entiendo, ha de ser proporcionada, encaminada a la caza y captura de sus autores y de sus cómplices, no a costa de la sangre de un pueblo, el palestino, que, insisto, ni es ni debe confundirse con Hamás ni merece pagar sus responsabilidades.
Por eso me cuesta asimilar estos días la crudeza de algunas posiciones, a las que parece importar muy poco que Israel, escudándose en su legítimo derecho a la defensa, encierre a dos millones de personas en la Franja de Gaza y los prive de los servicios más básicos, un bloqueo asfixiante que, además, está aderezando con bombardeos que están bastante lejos de ser quirúrgicos y que están dejando miles de víctimas inocentes.
Hasta sus aliados más incondicionales, como Estados Unidos, aunque sea con la boca pequeña, han empezado a pedirle que mida su respuesta, que no puede arrasar por todo un pueblo. Por lo pronto, al menos este martes algunos medios apuntaban a que Israel se está replanteando la ofensiva terrestre que todo el mundo daba por segura y para la que había pedido a los palestinos que desalojaran el norte de Gaza.
Es evidente que el contexto bélico está muy tenso y que el atentado fue muy duro, pero Israel es un estado legítimo que no debe ni puede ponerse a la altura de un grupo terrorista, aunque, dicho sea de paso, no hay que olvidar que lleva años saltándose los derechos de los palestinos como pueblo. Hamás mató gente inocente el otro día. Por eso es un grupo terrorista. Israel es un Estado y no puede hacer lo mismo.
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