Prórroga que sabe a poco
Por muy garantista que se reivindique un Estado, y España se jacta de serlo, siempre hay fugas que parecen agujeros negros, como aquellos por los ... que se cuelan los derechos de personas tan vulnerables como Margarita Viera, la vecina de Guanarteme que, a sus 97 años, se expone a un desahucio junto a uno de sus hijos, que, además, tiene una discapacidad.
Vaya por delante, antes de nada, mi respeto al derecho que tiene su actual casero a recuperar su vivienda. Nada que objetar. Desde mi punto de vista, es un afectado más de un caso que nace viciado por errores de un sistema que él no tiene que pagar y que permite, ateniéndonos al relato de esta familia, que una empresa que quiso beneficiarse, legítimamente, de la expansión urbanística del barrio los deje tirados, sin casa y sin que nadie responda por ello.
Tocaron a su puerta, les ofrecieron o les presionaron, porque hubo de todo, para que dejaran sus casas de toda la vida a cambio de una compra o de una permuta de su vivienda, pero entraron en concurso de acreedores y, sorpresa, si te he visto, no me acuerdo. La casa de Margarita ya no existe, pero sí el edificio de viviendas que levantaron en su solar y también los tres pisos que ella debió recibir a cambio, aunque no están en sus manos, sino en las de terceros, que, por cierto, tampoco tienen culpa.
Por eso, ante tamaña injusticia, y dada la coyuntura de la señora, me sabe a limosna una prórroga judicial de 30 días que no contenta a nadie, ni al casero, que sigue sin poder ejercer su derecho a disponer de su vivienda, ni a Margarita, que se las verá y se las deseará para hallar una alternativa adaptada a sus necesidades. Ella llora. Es que es para llorar.
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