Propinas
En un informe reciente de la plataforma Preply se sitúa a la ciudad de Las Palmas (por cierto, así, a secas) de Gran Canaria como ... la segunda de España en la que más se deja propina, solo por detrás de Valladolid. Curiosamente, la que figura como la más tacaña es Santa Cruz de Tenerife. Desde luego, yo no debo figurar en esas estadísticas. En eso me parezco más a un chicharrero que a un palmense.
No suelo dejar propina porque parto de dos premisas: que el servicio vale lo que vale y ese es su precio y que supuestamente el trabajador percibe el salario que le corresponde. Con esos mimbres no contemplo otro escenario que el de que la propina sea voluntaria, un reconocimiento extra por un servicio especialmente bien prestado. Por eso la dejo en contadas ocasiones.
El problema se produce cuando se hace recaer sobre el cliente la responsabilidad de completar el sueldo de un empleado. Ya no sería entonces una propina, se parecería bastante más a un acto de caridad.
De ahí la polémica que se montó hace un par de años cuando la Comunidad de Madrid lanzó una surrealista campaña en la que se invitaba a los clientes a dejar propina para, literalmente, ayudar a mejorar la vida de los trabajadores.
Mi postura casa más con aquella resolución del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, de enero de 2023 y que estos días se recordaba en Huelva Información, que dio la razón a una ayudante de camarero que cada semana recibía en concepto de propina entre 150 y 250 euros desde la cuenta personal de su jefe y que el alto tribunal, dada la periodicidad del ingreso y su elevada cuantía, lo consideró un salario disfrazado.
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