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Otra vez España votó, la gente que quiso ejerció su derecho y no hubo apenas incidencias. Los resultados, en líneas generales, demuestran un cambio de ciclo. La era de Pedro Sánchez parece llegar a su fin. Se confirmará o no el 23 de julio. Y otra vez, eso espero, no volverá a pasar nada, es decir, nada relevante. Los españoles que así lo deseen meterán su decisión en una urna y tendremos nuevo gobierno, tan legítimo como este, como el anterior y como el anterior del anterior.
Pese a la rabia de unos y otros (me refiero a los extremos de uno y otro lado, tan dados a la sobreactuación), la democracia les sobrevive. El engranaje funciona. Con sus defectos, pero funciona.
Se constatará que podrá volver a gobernar la derecha sin que se haya roto España por este gobierno de «social-comunistas, aliado de terroristas e independentistas», como lo descalifican PP y Vox. Tampoco habrá hecho falta que nadie nos abra esa supuesta jaula en la que Ayuso nos ve metidos (lo digo por su cacareada reivindicación de libertad).
Y cuando Feijóo, apoyado o no por Vox, se mude a La Moncloa, como todo apunta que pasará, no volverá la España del crucifijo ni la de los militares con mando en plaza ni se impondrá la censura previa. Y eso es así por mucho que unos y otros se empeñen en meternos miedo.
Otra cosa será después el ejercicio de gobierno y el rechazo o aplauso que generen sus medidas. Pero para eso también está la democracia y está la Constitución. El mismo Aznar que tumbó a González sucumbió ante Zapatero y el mismo pueblo que encumbró a Pablo Iglesias luego lo castigó en Madrid. Así es la democracia. Lo que les falta a algunos es aceptarlo. España no es de nadie, es de todos. Y la democracia también.
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