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No, ¡qué va! ¿Quién ha dicho que en los estadios de fútbol hay un problema de racismo? A Vinicius Junior le gritan mono o negro de mierda porque se encara con el público del equipo contrario y porque provoca. Vamos, porque no se porta bien.
Como madridista confeso y hasta recalcitrante tampoco me gustan las actitudes de Vinicius, por momentos insolente, provocador y hasta agresivo en sus ademanes. Pero puestos a justificar el insulto como mecanismo de desahogo humano, que tampoco, se me ocurre un completo catálogo de descalificativos en español que afean el mal carácter o el mal comportamiento.
El color de la piel jamás debe ser un insulto. Si se recurre a eso, tiene un nombre, racismo. Y eso es así, al margen también de la sobreactuación del Madrid con este caso, porque tristemente no es el primero ni será el último.
No, ¡qué va! Tampoco la furia desatada estos días en las redes contra dos jugadores del Betis que fueron con bolso a una boda no tiene nada que ver con la homofobia ni con la intransigencia al diferente. Fue la lógica reacción de un público entendido en moda al que le chirriaba el estampado del complemento que lució Borja Iglesias o el ridículo tamaño del que llevó Aitor Ruibal.
Como ven, otra vez la gente en este país se empeña en disfrazar de otra cosa lo que tiene nombre y apellidos, sin matices. Tan malo es generalizar como negar las evidencias. Claro que España, así, en genérico, no es racista ni homófoba, pero quedan algo más que simples posos de café de españoles racistas y homófobos que, dicho sea de paso, se parapetan en la cobardía de un perfil falso o en el mar de cabezas de una multitud. Si negamos el problema, no se le podrá combatir.
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